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miércoles, 28 de diciembre de 2011

no me tires yerba en el teclado: Naufragio (publicado en O Site, Brasil en 1999 y en LSD revista en 2004)

Naufragio (publicado en O Site, Brasil en 1999 y en LSD revista en 2004)

¿Quién habrá traído el término navegar? Con su ruido de olas rompientes y su olor a sal, con su cielo total sobre las cabezas que otean, con su promesa de puerto...

¡Y yo creo que navego! Solamente muevo mi mano derecha, pero el que se desliza es el puntero, con su forma de flechita inclinada, ancha y pacífica sobre la pantalla.

No se expande el cielo sino páginas. Que tampoco son tales, pero de alguna forma hay que llamarlas. Todo, en este mundo que no es, tiene su nombre prestado. Me río cuando intento explicarle esto a quien no conoce el vocabulario privado de los navegantes. Como si los barbados y anchos marinos se detuvieran frente a un terrestre, a describir un tifón. Así solemos comportarnos quienes nos adentramos en los vientos de la Red.

Sucede que a veces perdemos nuestras noches yendo de sitio en sitio, sin movernos de la silla que nos ata. Y en esos viajes irreales caemos en la única realidad que nos golpea: nadie nos acompaña. Entonces la identidad se contamina, y en esos días pensamos qué formato tendrá, digitalizada, la imagen que nos rechaza el espejo. Ya no podemos concebirnos sino en función de la Máquina, ese cachorro de Multivac de los cuentos de Asimov, que tenemos frente a nuestra cara diez horas al día.

No se me ocurre encontrar compañía en un boliche, estar en onda o como se diga. No quiero aprender un código más. Ya tengo el mío (¿el mío?).

Por aquel tiempo alguien me sugiere un club, pero yo no quiero hacer gimnasia, entonces me desasna y me aclara con la palabra mágica: club virtual. Y ya entiendo todo. Ingreso, lleno registros, entro, busco. Encuentro datos interesantes, que me parecen de gente interesante. La diferencia entre datos y gente es cuestión de tiempo, me animo.

Recojo lo que me llama la atención, y lanzo cartas como dados, esperando ver los puntos. Al cabo de un tiempo me contestan desde España; Jazmín dice llamarse.

El juego, juego es. Si no existe esta sentencia, habría que inventarla. Nada más confiable que la lejanía para seducir, nada tan perfecto como las palabras desnudas, sin voces ni figuras que las cubran. Solas las palabras en este encuentro. Virtual es la palabra mágica, ya lo dije.

Durante tres meses viajaron ardientes mensajes atravesando el océano, mostrando lo poco común que resulta el idioma que nos une. Meses en que jugamos a conocer lo que es invisible a los ojos. Nos prometimos cosas imposibles...

Después nada. El buzón de la pantalla vacío. Hasta empecé a revisar el de mi puerta (sí, la puerta real, la de mi edificio) pensando que le di mi dirección, si acaso una carta al viejo estilo -que tenían lo suyo- pero no. Pasaron semanas. Hace unos días estaba leyendo un libro (¡tenía apagada la computadora!) cuando el timbre saltó desesperado. Bajé. Abrí la puerta con cara de cansado y sin afeitarme, pensaba preguntar sobre el apuro contra el timbre, y en eso iba cuando chocó en mis ojos la imagen de una morocha entera, que se arreglaba el pelo como si tuviera un detalle incompleto.

–Buenos días, ¿está Consuelo? -preguntó, con el acento inconfundible de Castilla.

–¿Quién? Perdón, buenos días, ¿a quién dijo que busca, señorita?

–A Consuelo, a Chelo...

Ahí me di cuenta. Claro. Todo se resolvió en un segundo. Los mensajes ambiguos, el silencio de mi buzón... ese apodo mío que suena tan distinto en otros lugares, esta morocha tan presente.

–Dígame, usted, por casualidad, ¿se llama Jazmín?

–Sí -dolía ver cómo se iluminaban sus ojos- Chelo ¿le habló de mí?

–Algo así... por favor, pase. -Y subimos.

Era una de esas raras temporadas en que mi apartamento parecía un apartamento y no un estadio post recital. Por eso tuvo donde sentarse y esperar un café, mirando lomos de libros en los estantes que separaban el living de la cocina. Imagino que trataba de adivinar cuáles eran los de Consuelo.

Cuando llegué con los pocillos todavía no tenía idea de cómo decirle la verdad.

Después del primer sorbo, ella se animó a decir algo.

–Dime...

–Marcelo.

–... Marcelo, ¿tú eres algo de Chelo?

–En cierta forma; digo, no soy su pareja ni nada parecido.

–No -río- si algo sé de ella es que no le tiran los hombres.

–Sí, también le conozco esa faceta.

No podía seguir con esa situación durante mucho tiempo más, pero no sabía cómo salir. Entonces fingí sorprenderme con la hora, comenté que debía salir, la invité a quedarse, que Chelo estaría por regresar en cualquier momento (aún no sé cómo pude decir eso). Accedió.

Salí, le toqué timbre a Raúl, mi vecino. Cuando me saludó diciendo ¿Qué pasa, Chelo? casi lo mato. En cambio le pedí, por favor, después te explico, que me dejara bañarme, afeitarme y me prestara ropa. Creí que me iba a mirar raro con esa cara de dejá-de-tomar-vino-barato, pero no; me hizo pasar palmeándome el hombro y diciendo seguro, macho, no hay problema.

Media hora más tarde regresaba a casa; ahí estaba la española, con el saco sobre la silla y leyendo un libro que seguro era de Consuelo.

–¡Hola, Marcelo! Chelo no ha llegado todavía.

–Este... Jazmín, tengo que decirte algo. Chelo soy yo.

–Vamos... -y se rió. Pero no tanto como antes.

–En serio. Soy yo. Chelo, aquí en Uruguay, es diminutivo de Marcelo, es un diminutivo de hombre.

–No. No estás hablando en serio. -y se paró. Levantando el saco lenta pero firmemente.

–Jazmín, escúchame. Yo te mandé los correos. Te dije mi signo, mis autores favoritos, te conté cómo preparo el café irlandés. Pero jamás te dije que fuera mujer.

–Tampoco que fueras hombre. -Se volvió a sentar. Sostuvo su cabeza con la mano, como si se le fuera a caer.- Yo di eso por descontado, en España cualquiera sabe que Chelo es Consuelo. Conchita en todo caso. Pero aquí no... ¡Y pensar que todo este tiempo estuve escribiéndole a un hombre! ¡Y que ahora quería sorprenderte! De repente empezó a reír otra vez

–¡Con razón nunca me hablaste de tus períodos!

Seguimos hablando durante un rato largo. Al fin y al cabo lo veníamos haciendo durante meses, sólo que ahora nos veíamos las caras. A eso de las ocho, le acompañé hasta la calle. La esperaba un taxi. Me dio el nombre del hotel y me pidió que la fuera a buscar al otro día, para mostrarle la ciudad, así cumplía con una de mis promesas.

Me besó tiernamente en los labios cuando subía al taxi; una vez adentro me dijo: “hubieras sido una Consuelo muy guapa”

Tardé media botella de Johnnie, en lo de Raúl, tratando de explicarle, explicarme, lo que pasaba.

Bajé a caminar, con la intención de aclarar lo que el vaso no pudo, y en la puerta del edificio me encontré con la gallega, tratando de acertar a los botones y visiblemente más borracha que yo. Subimos y la acosté en mi cama. Tenía un cuerpo vibrante, como hecho por encargo, que no quería desprenderse de mis manos cuando la dejé entre las sábanas. Me di la segunda ducha del día. Esta vez helada. Me acosté en el sillón y tardé en dormirme. Unas horas más tarde me despertaba una lengua caliente en mi boca. Supe que sus muslos apretaban mi costado.

Se fue ayer para Madrid. Cumplí con mi promesa de mostrarle Montevideo, pero sólo durante el día, porque las noches fueron otro tour. Hoy encontré anotado en mi libro favorito: ”No he dejado de ser lesbiana. Pasa que tú eres una mujer extraña.”

Escribí estas notas en la vieja Rémington. Raúl disfruta de su nueva computadora.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Subversivo (dedicado a Joaquín Doldán)

“Que la vida es una hermosura, hay que vivirla”. Celia Cruz.


Juan transitaba la avenida, como todos los días, como debía ser. De pronto algo pasó, sin que él pudiera determinar el momento exacto, ni asegurar siquiera que no fuera el eco de un evento anterior. Juan fue feliz. Así, de repente, sin explicación ninguna. Y eso era una afrenta en un mundo donde todo debe tener una explicación. Juan fue feliz a su pesar, naturalmente, porque la felicidad estaba proscripta en esa sociedad. Rápidamente supo lo que sucedería a continuación, y no se equivocó. Apenas su sonrisa le cambió la cara, todas las personas que compartían la acera con Juan empezaron a apartarse, a abrirle paso. Pero no había respeto en ese apartarse, sino miedo. Juan se esforzó por disimular su sonrisa en una mueca, típica de la salida del consultorio odontológico. Casi lo logra, pero tuvo hambre y entró en una panadería.

La empleada esperaba detrás del mostrador, con evidente gesto de fastidio por la llegada de un cliente nuevo, como cabía esperar. Apenas Juan entró, y antes que el cliente abriera la boca, le espetó:

¿Qué quiere?

Muy buenos días, señora, ¿cómo está usted?

Era de esperar que no hubiera una buena respuesta: estaba mal visto saludar a las personas.

La empleada sacó una escopeta del estante de más abajo y le gritó:

¡Salga!

Pero...

¡He dicho que salga!

Juan obedeció. Caminó unos pasos más por la avenida cuando supo que su condición se agravaría muchísimo: comenzó a cantar. Lo hacía bien, entonando una canción que no recordaba en un ritmo que no conocía. La gente a su alrededor comenzó a huir espantada, tapándose los oídos con las manos.

A los pocos minutos sucedió lo inevitable: Llegó un auto de policía, alarmado seguramente por algún vecino. Los agentes del orden le gritaron a Juan.

Usted, cállese inmediatamente. Al suelo con las manos sobre la nuca. ¡Y borre esa sonrisa de su cara, imbécil!

Juan se dio vuelta y quiso explicar que no podía parar, que no dominaba su voz, que nunca se había sentido tan bien en su vida. Pero sólo salió de su boca esa canción, inexplicable, ridícula, imposible:

“Ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval, y es más bello vivir cantando”

Los disparos sonaron como truenos en la mañana, restableciendo el orden que peligraba. Juan, el subversivo, se levantó en el aire con las balas y flotó, giró y en una acrobática danza se despidió, como dicen en voz baja que hacían unos hombres que llamaban murguistas.

Cuando ya era un harapo rojo en el suelo, sin dejar de apuntarle se acercaron los policías. El de mayor jerarquía ordenó, compasivo:

Tengan un poco de dignidad, por favor cubran su rostro.

La sonrisa de Juan seguía en su puesto, invicta, gloriosa.

Los policías reportaron el episodio como felizmente concluido. Se equivocaban. Entre los que huían, varios empezaban a sonreír, sin explicación aparente.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

hoy (3)

Aquí estamos, cabalgando la
vertiginosa nube.
No hay error más peligroso que
creernos al mando.
Fingirnos dioses, creernos poetas.
No, no hay poiesis, apenas gritos
adornados.
Apenas burros soplando flautas.
Pero tengámonos piedad, que los burros
aprenden
y devienen concertistas.
Todo es cuestión de paciencia
y fe.

Hoy los adioses se suspenden,
los saludos esemesianos quedarán
colgados en su éter.
Hoy no levantaremos copas nostálgicas.
No estamos al mando, pero bajaremos de
la nube por un rato.
Hoy no hay almanaques que apuren.
Hoy daremos alaridos de felicidad,
que hay que celebrar un cumpleaños.
Hoy, sólo hoy, seamos poetas sin
creerlo,
que es la única manera de ser.
Mañana, será otra nube.
Hoy, sólo hoy, festejemos de verdad:
Feliz Navidad.

lunes, 19 de diciembre de 2011

demonios

Hay demonios de moños rojos

saltando la cuerda en mi cabeza

me gritan

que la vida es aburrida

que mejor

me prepare para la fiesta


la fiesta de tus ojos dice hola

mientras yo mando los diablos

a llover café


delicados diablos vestidos con roja elegancia

escriben instrucciones precisas

programan

mis próximos pasos y dicen

que no me altere


me desaltero del alter ego cuando te veo

soy sólo yo y ya no estoy solo

cuando estoy y soy uno contigo

y pateo delicadamente a los diablos

y sus máquinas de programar


hoy ha sido el día

de despedida

de todos los diablos.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Espejo

en el silencio de mi voz

descubro cumbres ajenas

y solitarias llanuras que me forman


ya nada me queda sino la espera

que carga la obra en su costado

ya nada sino yo mismo

mi propia persona como una sombra difusa

arrinconada en mis zapatos

ese ser inaprensible que aprendí tibiamente a ignorar


ese que no conozco y vos tampoco


he vertido mi vida

ese pedazo de tiempo que me cayó sorteado

en las torpes borracheras de la mentira


construí siguiendo los manuales

un laberinto de voluntad prestada

donde pudiera esconderme con eficacia

de los juicios de la sombra


dejé simplemente pasar

mujeres de fino corte

hadas carnales que me han dado

recreos inesperados en mi media humanidad


olvidé la sangre

que bulle con dolor en otros cuerpos

mi propia sangre

que a mi lado agita


ahora que lo veo claramente

sé que me esperan


unas incómodas mariposas pardas

giran su vuelo

reclamando

lo que les pertenece.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Truco (en memoria de Asdrúbal Sosa)

I


Todo pasó demasiado rápido. La puerta que se abrió, saltando la cerradura por la patada; los milicos que entraron corriendo y sin dejar de gritar nos rodearon. A nadie le dio por decir ni mu, todos sentados alrededor de la mesa con los brazos en alto como si fuera un asalto. Pero era una redada y el único nabo que abrió la boca fui yo, porque estaba cebando mate y del sobresalto me volqué un chorro de agua caliente en la mano: solté el mate y una puteada que sonó más fuerte que los gritos de los milicos. Y justo al lado mío estaba el más joven y nervioso de todos. El culatazo del FAL suspendió todo, quedó la nada.

Un instante, unas horas después -la muerte debe ser eso, un instante sin orillas- me desperté con la cara ardiendo. El bigote Fernández había estado cacheteándome con ganas, según me dijeron me repetía “despertate, gordo pelotudo” casi con lágrimas. Por supuesto que siempre lo negó.

¿Despertaste, gordo?

No, Bigote, todavía sigo durmiendo. ¿Anotaste la chapa? -La cabeza me aullaba de dolor, pero para adentro. Tenía un chichón tan grande que para tocarlo tenía que extender el brazo.

Sólo a vos se te ocurre gritar “la puta que los parió” cuando entran veinte milicos armados a guerra.

Dije “que lo parió”, en singular -me defendí- no les gritaba a ellos, me quemé la mano y grité por eso.

Andá a enseñarle gramática al pendejo que te partió la cabeza.

Recién ahí me miré la mano, no notaba la quemadura, pero estaba toda ampollada. También me di cuenta de que no estábamos en celdas, parecían barracones, y había mucha gente ahí. Dos milicos con fusiles mirando desde la puerta del barracón hacían guardia firmes pero con evidente aburrimiento en las caras.

Vino otro detenido, que no conocía, no era del sindicato nuestro. Pero al mirar era evidente que había gente de todos lados. Como si nos fueran a coleccionar.

Estamos en el FUSNA. Parece que violamos las medidas -me dijo, como quién dice parece que para el clásico Espárrago no juega.

Parece que nos violamos a la hija del jefe de la armada, a las medidas no creo que las defiendan tanto.

Pacheco quiere dejar un mensaje claro: no va a permitir reuniones.

¡No jodas! ¿En serio?

El tipo ya me estaba pudriendo. Demasiado verso. De pronto soltó, pero raro, como si siguiera un libreto:

¿Yo a vos no te conozco del Partido?

Se me prendió una luz de alarma. Confirmado, mucha conversa para estar en cana.

Sí. Del partido Aguada y Goes, yo era el que te rompió la cara por preguntar mucho, ¿te acordás?

Nos separaron entre ocho. En eso un sargento (después tuve tiempo de saberme las insignias) gritó mi nombre y como si hubiera estado ensayado nos soltamos todos. Los milicos de guardia, que ya habían empezado a apostar chocaron los talones en un solo clap, seco, que limpió las paredes.

Me levantaron dos del piso y me dejé llevar a una oficina cerrada, monacal, amoblada sólo por una mesa y dos sillas. Una la ocupaba un ropero con forma de hombre, con la mayor cantidad de pecas en una cara que vi en mi vida, tantas que ni siquiera tenía sentido contarlas. La otra silla, de espaldas a la puerta, me estaba destinada, según el gesto del ropero pecoso.

Ni bien me senté, el tipo preguntó:

¿Nombre?

Me pareció pelotuda la pregunta, más considerando el arresto y que me llamaran por el apellido.

De todas maneras el sentido común me decía que respondiera bien. Lástima que nunca tuve sentido común.

Fuenteovejuna, señor.

El tipo, contra lo que yo esperaba, sonrió, sacó del bolsillo de la camisa un paquete de Camel y me convidó.

Sosa, ni Lope de Vega lo salva de esta.

Se le notaba el acento yanqui, era grandote, rubio y cortado con media americana; pero lo que terminó de confirmar el cuadro fueron los cigarrillos. Acepté, claro, y cuando prendió el mío y uno para él me inspeccionó con ojos azules y fríos. Sentí un estremecimiento en la nuca.

Abrió una carpeta con papeles escritos en inglés, de la que sacó un legajo con una foto mía. Creo que lo hizo más para demostrarme que parte de mi historia estaba en su poder que para sacar datos.

¿Cuánto hace que está afiliado al PCU, Sosa?

¿Para qué me lo pregunta? Tiene todo anotado ahí.

No todo. No sabemos quién es su contacto en la embajada soviética.

Ningún contacto. No conozco a nadie de la embajada. Sólo voy a levantar la Sputnik y revistas de ajedrez.

Lo peor es que era verdad, iba sólo porque conseguía revistas gratis... y algún libro de Marx, pero nada más.

El yanqui sonrió. No creo que fuera gran jugador de póker, porque tenía todas las cartas y lo demostraba. Yo no juego póker, pero soy bastante bueno en el truco, que es mucho más difícil.

Sosa, usted tiene familia. Una linda familia.

Hijo de mil putas, gringo de mierda. La familia no se toca. Pero no me iba a torcer; toda la furia, todo el dolor se convirtió en mi cara en una sonrisa.

¿Te animás a amenazar a mi familia? ¿Sabés quién soy y te animás a meterte con mi mujer y mi hijo? ¿Cuál te creés que fue mi única condición a los rusos? La familia no se toca. ¿O la tuya sí?

Estaba payando, claro. Tiré una falta envido con veinte, no tenía nada, pero él creía que sí. Por eso, para que saltaran mis cartas sacó el smith and wesson de la sobaquera y me lo calzó arriba de los ojos. Justo al lado del chichón. Amartilló. Casi me cago. No sentí más el dolor del golpe ni la quemadura en la mano.

Entonces reí, con ganas, de verdad, como si me hiciera gracia tener el caño horadando mi frente, prometiendo una bala que se moría de ganas de salir. Como si el yanqui no estuviera pensando que en el peor de los casos era un comunista menos y tendría que llenar algunos papeles más. Como si no estuviera pensando en su familia.

Pero lo que el personal file del gringo no decía era que siempre que me entraba miedo o nerviosismo me daba por reír. En los velorios ni te digo, era el más puteado.

El tipo dudó, la presión del caño se aflojó. Se notaba clarito que él tampoco tenía cartas. Me había subido la apuesta con un par de nueves y se pensó que por lo menos tenía full.

¿Vas a tirar o no? Pensalo.

Falta envido y truco.

Finalmente el gringo sacó el arma de mi cara, la guardó en la sobaquera, me miró un segundo, y mientras seguramente pensaba sonofabich, me dijo:

El contacto en la embajada y te suelto.

No hay negocio. Tarde o temprano me van a soltar. Ahora vos sabés quién soy yo. Ya está. Mientras dejen quieta a mi familia, yo no me meto. ¿No basta?

Veremos.

Hizo una seña a mi espalda y apareció de la nada un milico grandote. Todo el tiempo lo tuve a mi espalda. Menos mal que no me miró las cartas...




II



Dos semanas después estábamos en un hotel. El Hotel Clarín, como decían los milicos de acá, en medio del cuartel de Treinta y Tres. Para lo que podía ser, estábamos de fiesta. Al otro día íbamos a recibir las primeras visitas. Supe que Olga, mi esposa, había dado vuelta cielo y tierra para sacarme. Junto a la mujer del Bigote eran terribles. No lo podía creer cuando me enteré que fueron a la embajada rusa...

Esa tarde había truco de cuatro. El Bigote y yo contra el sargento y el cabo. Lo lindo era, como cada vez que juega una pareja de Montevideo contra otra del interior, que cada pareja no conocía las señas de la pareja rival, entonces se podía jugar a cara limpia y no había que andar disimulando tanto las muecas. Claro que el Bigote a veces exageraba y parecía que se hubiera agarrado parálisis facial.

Mientras barajaba el sargento, que estaba sentado a mi izquierda, me dijo:

Che, gordo, mirá que mañana hay requisa, después de la visita.

Gracias por el dato. ¿Te doy la radio?

Mejor.

El Bigote entornó los ojos. La mano venía para él y apretó las cartas.

Allá por el Olimar venía navegando un piojo, con flor de tajo en el ojo y guitarra pa' cantar.

El sargento no se quedó atrás, pero ni el cabo ni yo cantábamos. Eso sí, yo tenía el perico.

A estos me los mandaron a cantar del Olimar, vinieron a guitarrear: ¡flor de chasco se llevaron!

Toda nuestra, pensé, el Bigote tenía el dos y la perica. Treinta y siete. Había que ver la liga.

Con flor envido.

Contra flor al resto.

Era partido. Yo ni idea de la liga.

Quiero, cuarenta y tres -el Bigote casi se pone a juntar los porotos, tenía el dos, la perica y un seis. Ganábamos seguro.

Cuarenta y cuatro -dijo el sargento y puso arriba de la mesa el cuatro, el cinco y un siete.—No siempre miente un milico cuartelero.



III


Pasé esa noche mal. Soñé que en la fila de los familiares, veía a Olga y al enano, que se soltaba de la madre y corría hacia mí. En mitad del patio mi hijo caía acribillado por la metralla del guardia de la torre, que era el yanqui del FUSNA.

Me desperté con un grito mudo, tardé en reconocerme en la barraca y convencerme de que era sólo una pesadilla.

Al otro día, pese a que sabía que estaba despierto, me costó asumirlo, porque todo era igual a mi sueño. La fila, los familiares, hasta el vestido de mi esposa. Casi me muero cuando veo que Marcelo se separa de su madre y corre hacia mí. Miré enseguida a la torre, pero el guardia fumaba tranquilo, sin levantar su fusil. Marcelo llegó de su carrera y se me tiró en los brazos. Creo que nunca, ni antes ni después, abracé tan fuerte a mi hijo. Volví a agradecer, después de mucho, al Dios de mi infancia.

Eso sí, nunca más jugué al truco.

viernes, 2 de diciembre de 2011

compañeras

Las mujeres de mi barrio no son lindas.
Arrancan a la vida cada día una tajada,
a fuerza de sudor y arrugas nuevas
que cada noche disimularán con cremas.
Las mujeres de mi barrio
se enterraron en sus cimientos
y caminaron sus techos
a golpes de balde y sonrisas.
En mi barrio las mujeres se llamaban compañeras.

Hoy cuesta ver a esas mujeres
sin el casco amarillo
y los guantes talle ocho.
Hoy caminan con sus hijos bien coquetas.
Las mujeres de mi barrio no son lindas,
son hermosas.

martes, 29 de noviembre de 2011

te verás hermosa

te verás hermosa en mi entierro
entre cielos de nácar
flotarán tus ojos
y dejarás en flores un eco de tus manos tibias
(que antes dibujaran arcoíris en mi vientre)

te verás hermosa
y la tierra besará tus pies
te despedirás de la idea que fui
y te veré desde el sueño alejarte
contigo se irá la última antorcha
y me perderé en la húmeda morada
te verás hermosa
en mi olvido.

martes, 22 de noviembre de 2011

Benavides(z)

Deudores somos todos del poeta
que siembra con palabras primaveras,
canciones con verdades. Su manera
de ser tan poco olímpica, profeta

sin tierra, silenciado. Su maleta
de libros, vendedor sin prisas, era
la forma de enseñar y que comieran
los suyos. Nunca tuvo una careta,

pero tuvo heterónimos certeros
-más voces a su voz sumaban trigos-.
Poeta, traductor y hasta maestro,

su título mejor es compañero.
“El Bocha” lo conocen los amigos:
es suyo Benavídez, también nuestro.

domingo, 20 de noviembre de 2011

una mañana cualquiera

El tipo sale
corta el aire de una mañana cualquiera
y va
lo traga la bestia metálica
que cada dos cuadras consume
tipos
tipas
tipitos
diablillos angelicales
aleteando moñas azules
luchadoras sin rouge
anónimos de cara áspera
el tipo sale
a la trinchera
a la dulce agonía
de arrancarle vida a la vida

jueves, 17 de noviembre de 2011

te espero

te espero
rompiendo esperas
abriendo el sol
a mi jardín

cuando llegues
daremos cartas
hablaremos de dioses y
otras monedas
llenaremos de peces
las acuarelas

cuando partas
te besaré como mañana
y que nos persiga
la geografía

martes, 8 de noviembre de 2011

Legión

“Legión me llamo, porque somos muchos” La Biblia. Marcos 5:9. 

Soy legión, todos los hombres del mundo. 
Soy juez y culpable, rey miserable 
y mendigo feroz. Innumerable,
el tiempo cabe en un solo segundo 

y una voz reúne en eco profundo 
sus antiguas voces. Circo contable, 
la Comedia Humana cabe en un cable 
de luz que grita un silencio rotundo.

Todos los hombres del mundo y ninguno 
soy. Sombra y legión, camino desnudo 
y me viste un nombre. Mi mano anudo 

a todas las manos. Apenas uno 
de los espejos de la humanidad, 
apenas fragmento de la verdad.

lunes, 7 de noviembre de 2011

ómnibus

desde el ómnibus
la ciudad
es una máscara
un decorado
para una película imposible
la gente camina para fingir que camina
y los carteles mienten como encuestas

pero cuando bajo
la ciudad huele y duele
las paredes y las palabras endurecen la sonrisa
la gente son prójimos que transpiran
una realidad solidaria
solitaria
y los ómnibus son caminos que se van
y no elegimos

prefiero escribir
arriba del ómnibus
la letra chueca
roza la esquina
de la esquiva
verdad.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Cristo

El Cristo que me vendieron
era rubio y sus ojos celestes
como la pulpera de Santa Lucía.
El Cristo que me vendieron
era bello y aplaudido
como un rock star
de Franco Zeffirelli.
Pero sin reembolso
lo devolví.
Prefiero el Cristo que veo
cuando veo
a una niña pobre
compartir el pan
con sus hermanos.

viernes, 4 de noviembre de 2011

historias de amor

tan desnuda
y aun más bella
reís pintándote las uñas
sobre tu imagen de tela


claro que no son
historias de amor
pero algo parecido se desliza
en el gemido falso
parecido
parecido no es lo mismo
pero es algo

miércoles, 26 de octubre de 2011

Cimarrón (cuento o anticipo de novela)

Miguel estaba entusiasmado ese día. No era para menos. Para cualquier gurí del campo, la primera cacería era un rito iniciático incomparable, difícil de explicar a los pueblerinos. Pero además para Miguel, huérfano desde los tres años y criado por tíos cazadores profesionales en pleno campo, era un salto tremendo. Para los que son futboleros, era como pasar de cebollitas a la primera del Barça en dos días.
Apenas llegaron al campo, percibió tensión en los perros. Desde chico podía comunicarse con ellos con mirarlos apenas; luego confirmó que eso era un don familiar, ningún Hernández de ese lado de Rocha necesitaba abrir la boca para dar una orden a sus perros. La tensión se debía, supo después, a las palabras del dueño del campo.
Pasaban cosas raras, y lo que en principio se anunció como jabalíes en el campo de don Benítez se volvió poco explicable: vacas muertas desangradas, ovejas abiertas al medio, un caballo degollado, entre otros destrozos no atribuíbles a los jabalíes.
Don Faustino Hernández, abuelo de Miguel y patriarca de la familia, convenció al estanciero de no llamar todavía a la policía ni contar historias por el pueblo. Lo resolverían ellos.
Esa noche cargaron las escopetas con unas balas extrañas, que Miguel jamás había visto. Se separaron en grupos de a dos, y el muchacho quedó con su abuelo. Cada grupo llevaba seis perros y barría el terreno a unos cien metros de los demás. “Cuidado a lo que tiran”, ordenó Don Faustino a sus hijos, en una recomendación que a Miguel le sonó extraña.
A poco de comenzar la cacería, se sintieron los ladridos de los cimarrones: habían dado con el rastro de la presa. De pronto una sombra se cruzó enfrente del viejo y el muchacho, y aunque Faustino llegó a disparar y dar en el blanco, Miguel sintió un golpe que lo empujó varios metros más allá. Cuando logró incorporarse, notó su pecho herido, aunque casi no sentía dolor. Su abuelo yacía a unos metros con una herida muy fea en la garganta, aunque parecía querer incorporarse, algo impensable si uno comparaba el esfuerzo con la herida. Pero cuando vio a los perros salió de sí. Varios estaban muertos, desgarrados, deshechos. Otros renqueaban, lastimosos. Supo que temían a ese bicho como a nada habían temido jamás.
Entonces todo se puso rojo. Olió y empezó a correr, como nunca lo había hecho. Atravesó en minutos campos y cañadas, hasta que lo encontró. El bicho frenó su huída. Era humano, o eso parecía. La piel blanquísima brilló a la luna y los ojos amarillos se clavaron en los de Miguel, el pecho luciendo la flor carmesí de un balazo. Pero el extraño frenó su ataque y Miguel percibió al mismo tiempo el miedo del otro y un dolor nuevo, extraño. Sintió sus brazos alargarse y hacerse duros, sus uñas filosas como cuchillos, el pecho hincharse hasta romper la camisa y una sed nueva en su boca. Duró unos segundos, y se supo lobo. Atacó sin piedad a ese extraño, cuyo
miedo sintió transformándose en terror. En un lugar de sí sintió una mirada casi ajena, que confundía cazador y presa, bicho y hombre. El ser de ojos amarillos intentó defenderse, morderlo, pero era inútil. Miguel saltó sobre él aplastándolo con su peso, con unas fauces desconocidas mordió el cuello blanco y lo cortó, descabezó a ese hombre o bicho y aulló salvajemente.
Cuando lo encontraron, los perros saludaron a su igual. Era una jauría sola, donde resaltaban enormes lobos entre varios perros cimarrones.
Su abuelo lo acarició entre las orejas, con una zarpa casi humana, su cuello había parado de sangrar pero prometía una cicatriz eterna.
—Felicidades, muchacho —dijo el viejo—, mataste tu primera presa. ¡Y nada menos que un vampiro!

sábado, 22 de octubre de 2011

Estado de gracia

Veo caer tus brazos
como lámparas cansadas
es duro trepar las horas
cargando esa sonrisa
tan oportuna para vender futuro

Te dejás ir
sabiendo que al otro día otro día
pero ahora no pensás
y buscás tu estado de gracia
tu agradable mentira.

lunes, 17 de octubre de 2011

El censista sensible

El censista censaba vecinos sociables, solitarios, simpáticos, ceñudos, sarcásticos o sardónicos. Visitaba casas preciosas, simples, señoriales o sencillas. Saludaba, se presentaba con su casaca descolorida y anunciaba su función de censista. El señor o la señora de la casa a veces lo hacía pasar, a veces le contestaba en la acera. No hacía diferencia, salvo que molestaba el sol, ciertamente encegecedor.
No es fácil responder a un sujeto que dice ser del Censo, cosas que no son secretas pero son sólo nuestras, entonces él cazaba sonrisas con sutiles y acertadas frases que hacían soltarse a los censados, propensos a cerrarse a las inquicisiones. Esquivaba cuestiones que encienden pasiones, situaciones tensas, demostraba bastante soltura en eso.
Pasó a ser una sombra más de la zona. Los vecinos saludaban a su paso a ese ser silvestre: el censista sensible.

sábado, 15 de octubre de 2011

Hola.

Hola.
Esto no es impersonal, no le estoy hablando al viento, ni escribo mensajes en la arena que pronto borrará el mar, ni meto un mensaje en una botella para hipotéticos lectores allende mares. Aunque tiene algo de todo eso, este es un hola para ustedes que están leyendo. Porque aunque somos poquitos (me incluyo como lector porque a algunos de ustedes, los que conozco y sé que escriben, los leo también), es reconfortante saber que uno escribe y otro lee, y que existe ese diálogo, o ese intento de diálogo raro que es un blog.
Tenía ganas de decirles hola, ¿cómo andás?, y me gustaría muchísimo un muy bien, ¿y tú/vos? Por eso me decidí a escribir esto, y hacerlo en crudo, como va saliendo va a ser publicado (a lo mejor corrijo una coma mal puesta, si me doy cuenta, pero no más). Me encantaría saber entre otras cosas como esta yerba cayó por sus monitores, si les parece bueno o compartible, o discutible (aunque no tengamos ganas de discutir, no busco discutir con nadie por más que sé perfectamente que los demás no tienen por qué compartir algo tan personal y dudoso como una opinión) o mejorable eso que leen por acá. No es necesaria un comentario en la entrada, pero el que quiera hacerlo es bienvenido. Si alguien me quiere mandar un mensaje, también.
Sucede que de vez en cuando veo que alguien entró de lugares que yo ni sospechaba que podían entrar acá, y hoy decidí hacerles público este desconcierto, este hermoso desconcierto que me halaga (aunque por suerte mi esposa me baja a tierra diciéndome no te creas Benedetti) y me compromete a decir bien.
Les mando un abrazo grande.
Nos leemos.

la ceremonia

la ceremonia se inicia
con una canción de cuerpos mojados
ceremonia
de amantes circunstanciales
bendecidos por la lluvia
y la falta de dioses
ceremonia
sin mayor eternidad
que la huella del abrazo
en el barro
seco

sábado, 8 de octubre de 2011

semáforos

como gritos en el cruce de semáforos
entre brillos ciegos de mariposas retiradas
se pierden tus señales en un bosque de voces

entonces busco pétalos
heridas
cortezas
cualquier huella
una sombra de tu paso
algo que me devuelva tu perfume
la tibieza de aquel sol
tan nuestro

martes, 4 de octubre de 2011

Mago

in memoriam Ruben D'Alba

ese tipo chiquito
es un mago disfrazado
eleva finamente del polvo nuestra risa
trae papeles en los bolsillos
llenos de conjuros
y nos roba los caparazones
así cualquiera.

viernes, 30 de septiembre de 2011

a fin de cuentas

a fin de cuentas soy sólo 
otra voz en el viento 
a fin de cuentas soy solo 
no le temo al dolor amigo viejo 
ni a la muerte cristiana 
temo a la nada 

sé que estos versos 
se perderán en el tiempo 
a fin de cuentas soy sólo 
otra voz en el viento 
sé que sin nada 
llegaré a mi estación 
a fin de cuentas soy solo

miércoles, 28 de septiembre de 2011

hoy (2)

hoy
que la muerte se esconde en puños de niños
hoy
que los albañiles del futuro usan corbata
y decoran sus discursos limitando lo posible
a los números
hoy
que ningún esfuerzo alcanza
y nos rodean cuervos que no repiten nunca más
(sólo dicen dame más)
hoy
soleado día
redescubro como cada mañana
que estás a mi lado
y despertar
tiene sentido
y la vida
vale la pena.

martes, 27 de septiembre de 2011

a la sombra

a la sombra
de incendiados faroles
celebro la danza primera

los dioses tocan para mí
la canción de los cimientos
danza jubilosa
junto al río de los pájaros

lunes, 26 de septiembre de 2011

Conveniar, o de como se convalida la ignorancia a través del dinero

Recientemente me di la cabeza contra uno de muchos falsos neologismos que abundan, sobre todo en medios electrónicos, como es la palabreja “conveniar”. Falso neologismo, porque los verdaderos son los que cubren lagunas del idioma, y este sólo sustituye a un vocablo que sí existe, como “convenir”. Pero lo peor no es eso, sino comprobar que una institución que se precia de ser asesorada por la Real Academia Española, como la Fundación Español Urgente, fundéu BBVA, avala el uso de esta palabra, y peor aún leer sus fundamentos.
Transcribo: “La palabra conveniar existe, por cuanto se usa y está bien formada. No obstante, todavía no figura en los diccionarios y es probable que haya personas que no la entiendan bien, de modo que es preferible no usarla en contextos donde la precisión es importante.”
Analicemos un poco esta fundamentación:
1) Existe por cuanto se usa. Bien. Según ese argumento, existe toda vocalización que cualquier persona hablante del español realice, así sea una gárgara.
2) Está bien formada. ¿De verdad? ¿Qué significa está bien formada? Que yo sepa, la palabra convenir está formada por varios morfemas, pero a los efectos usemos dos: con y venir. Según estos morfemas la palabra convenir participa del mismo paradigma que las palabras venir, provenir, prevenir, intervenir, etc. Si la palabra conveniar está “bien formada”, será que hay que convertir el resto del paradigma? Es decir, ¿empezar a pronunciar veniar, proveniar, preveniar, interveniar, etc.?
3) No obstante, todavía no figura en los diccionarios. ¿Esto es realmente un impedimento? Existen varios campos, desde la poesía hasta la ingeniería en computación, en los que los neologísmos se imponen por necesidad, mucho antes de que se termine aceptando por los diccionarios el uso de esas palabras. Creo que nadie pensó que cronopios o escanear necesitaron de la Real Academia para existir, cada uno en su ámbito. El problema no es entonces que no figure en los diccionarios, sino algo mucho más simple: ¡Ya existe una palabra para eso! La respuesta debió ser, ¡use convenir y déjese de embromar, hombre!

Finalmente una joyita. Si la fundación se dedica al español nuevo, es decir, al español que emerge, ¿alguien sería tan amable de explicarme por qué la fundación se llama “del español urgente” cuando debería ser “emergente”
Lo del título. El dinero, a través de fundaciones pretenciosas, convalida la ignorancia.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Cuatro vírgenes

cuatro vírgenes 
abiertas al sur del día 
desnudan la sigilosa playa 
cuatro vírgenes procaces 
juegan el misterio del despertar 

cuatro vírgenes florecen al sol 
intuyen el próximo hervor 
del precipitado sexo 

cuatro vírgenes 
elegidas por el sumo sacerdote 
calmarán con su carne 
con su afilada piel 
el vacío del altar 
el hambre de los dioses 
la culpa de los vivos

(imagen: fragmento de "Primavera", de Botticelli)

martes, 20 de septiembre de 2011

Chino y Corbata


tengo dos amigos peludos
gente de cuatro patas
que no hablan porque no hace falta
cierto que son muy mangueros
pero nadie es perfecto
además así te dan pretexto de conversar
Chino y Corbata
son la pareja perfecta
son los amigos del barrio
y propiedad de nadie
jamás te dejan solo
claro, no sabés de quién hablo
porque no sos del veintiséis
pero nadie es perfecto.

Seraphine

Seraphine, la vieja loca.
Otra cuna, otro sexo,
otro tiempo
y los del pueblo
te hubieran llamado
visionario.
O tal vez
viejo loco
nunca se sabe.
Se supo sí
que Seraphine la loca,
la que limpia,
la lavandera,
hasta la hermanita
en desgracia;
todas ellas,
todas tú
pasaste por milagro,
como camello
por ojo de aguja,
por ojo de marchant.
Y fuiste
por su ojo y por su fe,
por tu ojo y por tu fe,
Seraphine de Senlis.
El ángel
supo
elegir.
fotografía tomada de http://gracielabello-art.blogspot.com/2009/07/seraphine-louis-una-pintora-naif.html

lunes, 19 de septiembre de 2011

despierto

despierto
al infierno cotidiano
escapando de la mentira nocturna
pacto silencio
con las paredes que me contienen
y enfrento las luces indiferentes que
despiden los árboles
los perros
las apuradas enfermeras
del clínicas

hay algo de herida
en los labios que se oprimen
cárcel de palabras
que es preciso callar

ataco el día y me moja
el eco de una lluvia ancestral
golpean las gotas
mis labios
caricatura
de un beso ausente
copia paródica de otras
humedades

frente a mis ojos
se desnuda otro día
y es un espectáculo
obsceno
verlo despojarse de sus horas
de sus segundos
de sus pálidas
caricias
ignoradas caricias
de los días
rotos

martes, 13 de septiembre de 2011

Kafka

(publicado en Las elecciones afectivas, http://laseleccionesafectivasuruguay.blogspot.com/2010/02/marcelo-sosa.html )

Camina cansado por sinsentidos
cotidianos, por absurdos rincones
del adentro. Conjura situaciones
con fórmulas lógicas. Ha vencido.

¿Ha vencido? No está tan seguro
La sombra del gólem quema sus ojos,
no quiere llamar con su obra el enojo
del Dios de sus padres. Cielos oscuros

cubren su Praga. Insectos, chacales,
las páginas no curan sus males:
decide quemar su voz de papel.

El ángel ciego corta su camino,
el amigo confunde su destino,
se salvan las letras, pero no él.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Pasajera (2)

Baila el cielo
y se trata de otra cosa
la danza creciente
de sus orillas.
Baila y te dibuja.
Cada punto luminoso
lleva tu nombre en el vientre.
Tu nombre secreto.

domingo, 11 de septiembre de 2011

cielos

En un cielo de malgastados brillos
danzan como cometas
las canciones que te quise dar

no se puede luchar contra el otoño
cuando uno espera la caída
como nieve
de los sueños

a la hora del silencio...

a la hora del silencio
gritan los cielos
furias desiguales
convidados gritos
que sólo contestan
los lobos del infierno
mientras los hombres
manejan sus torpes
gemidos
creyendo
decir

sábado, 10 de septiembre de 2011

palabras suicidas

palabras suicidas
ciudadanas
acumuladas al borde
del cielo
desde páginas abiertas
tras la última tormenta
me gritan
me agreden
culminada su tarea
se precipitan
y cierran mis labios
hasta la próxima lluvia

lunes, 5 de septiembre de 2011

Happy birthday

Happy birthday, Freddie
nadie te pudo parar
en tu viaje al cielo
que los cumplas, Freddie
qué falta que hacés
en esta fiesta
sólo vos nos convencías
de que éramos campeones
perdoná si desafinamos
happy birthday
my good friend
nadie más  podrá pararte
en tu viaje a la libertad
feliz cumpleaños
           querido Freddie

domingo, 4 de septiembre de 2011

Ladrillos

¿Será que no hay futuro?
Puede ser, pero cada amanecer
me demuestra lo contrario.
¿Será entonces
que no hay utopía?
Por supuesto que no.
Claro que sí.
Es tan sólida
como el sueño de un fantasma,
tan etérea
como el golpe de un ladrillo.

Sé un par de cosas
sobre ladrillos,
te arrancan
la piel de las manos,
se rompen con facilidad,
pero dentro de su abrazo rojo
está mi hogar.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Aclaración

El texto "Lluvia" presenta lo que podemos llamar un diálogo poético con el relato de Mario Benedetti "El sexo de los ángeles".
Los invito a leer ambos textos y dejar su opinión por aquí.
Saludos.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Romance del olvidado de Dios

El tiempo se equivocó contigo, amada mía. Alá se equivocó. Y soy consciente de la blasfemia de mis palabras, pero no hay otras que salgan de mi boca.
Perforan mi memoria como brasas encendidas los momentos previos a nuestra despedida. Creímos burlar al destino cuando nos encontramos en aquel apartado rincón del bazaar. Nos juramos amor eterno con miradas, mis labios atravesaron el aire y tu velo para un beso que nunca llegó. Luego la escapada furtiva, te iba a encontrar luego, pero nunca llegaste.
Tenía que irme, no podía quedarme ese día en la aldea. Me fui soñando mientras mis ojos te veían en la arena, todo tu ser se trasparentaba. Primero, por supuesto, las ropas. Te vi virginal y hermosa, la bronceada piel entregándose a mis manos, tu cuerpo inaugurándose en una boda prohibida y majestuosa, sólo nuestra; lo que de hombre tienen mis deseos tomándote por asalto, ardiendo en tu vientre como una tea. Pero luego se transparentó tu cuerpo y vi tu alma libre, por encima de los patriarcas y la Palabra, por encima del profeta y de Alá. Tu alma uniéndose a la mía. Sé que Alá no considerará blasfemia mis sueños enardecidos por el amor. Él no.
Entonces lo supe. Atravesé océanos de agonía hasta frenar mi caballo en seco, cuando te vi, un pingajo sepultado bajo las piedras. Mi hermano, que siempre me cuidó y me acompañó, me arrancó de allí, sabiendo mi destino.
Juré vengarte. Juré que el culpable de tu desgracia pagaría. Juré que Alá cobraría tu muerte por mi mano. Y eso hago. Partimos esta noche al mando de Salā ad-Dīn, a expulsar a los infieles. Un infiel encontrará mi cuerpo, carne de su acero. Y ahí estarás vengada.

Homero

no tiene Homeros la derrota:
no hay murga que cante
al honor del último lugar,
siquiera la duda que ampare
lo que podría ser y no.
así el perdedor sin
cantores de la gesta que no fue
beberá su instante de olvido,
asumirá su mancha
y se levantará mañana
para torcer el brazo
de la puta fortuna.
y sabrá,
definitivamente sabrá
que Homero
era un murguista
fácil

miércoles, 31 de agosto de 2011

Vapor

En el aire líquido de la madrugada
se dibuja el vapor
que sale de la boca del hombre
como un globito de historieta
sin palabras
pero dice
el hombre
en su vapor despalabrado
en el perfume caliente del mate
en su apretado viaje

Dice de su jornada de pan
de los sueños de gloria
cambiados por sueños de ladrillo
dice
que su espalda parirá
callos y zapatos escolares
mate amargo y sonrisas dulces
en la cena hogareña
cuando vuelvan a visitar
las estrellas el cielo.

lunes, 29 de agosto de 2011

libros y banderas

Los libros y las banderas
comparten igual destino:
tumbas abiertas de signos,
excusas para fronteras.
Usados como barreras
pudiendo bien ser camino:
doloroso desatino.
Habrá que ver la manera
de torcer ese timón
y usarlo con la razón.

Los libros paren en mentes
ideas que son motor,
contagian con su calor
a las banderas ardientes.
Pero los hombres conscientes
saben pesar el valor,
sacan verdad con amor
de los signos que pacientes
en libros duermen su espera
y honran con paz su bandera.

martes, 23 de agosto de 2011

Lluvia

Él se acercó por detrás, sigiloso. Ella aparentaba distracción, pero ambos sabían que era parte del juego. Él arrimo sus labios al oído de ella y susurró las palabras justas, las claves que abren la pasión. Un murmullo de pétalos se arremolinó en la brisa repentina de la mañana. Ella giró y lo besó sin aviso, y el beso fue recibido con la misma falsa sorpresa con la que llegaron las palabras. La mañana tuvo un brillo fugaz, repentino, esos brillos falsos que anuncian las tormentas. Entonces él la acarició, le tomó el rostro y devolvió el beso, intenso, rojo. Las nubes cubrieron de pronto el cielo.
Se abrazaron y la piel de ambos fue una sola, el contacto quemaba pero era un incendio buscado, querido. Tronó y el mundo tuvo miedo. Hubo millares de besos, caricias locas, amor táctil. Hasta que sucedió y fue eterno, fue un instante. La lluvia cubrió la tierra, fertilizándola, amándola, volviendo a ella.
Dios miró la escena complacido, mientras ellos volaban unidos por milenios hasta más allá de cualquier cielo. Pensó, y en ese pensamiento, como siempre, hizo: “los humanos, pequeños seres, no saben cómo es el amor de los ángeles. Quizás el menor de sus poetas lo imagine.”

Esto no es literatura

Seguramente el resto del blog tampoco lo sea, pero me refería específicamente a este artículo. No es literatura, es información (no da, ni tengo ganas, ni los conocimientos para establecer teóricamente los límites entre literatura e información).
Para empezar, a los amigos que entran, pido disculpas: hace muy poquito que me desasné de cómo permitir los comentarios. Ahora, si alguien desea agregarlos, va a ser bienvenido.

Segundo, una novedad: acaban de publicar un texto mío en la revista digital Mandala Literaria. El texto es Lluvia y será colgado en el blog. La dirección de la revista, para quien desee visitarla, es http://es.scribd.com/doc/62830075/Mandala-Literaria-No-20

sábado, 20 de agosto de 2011

Si componer yo pudiera...

Si componer yo pudiera
como hacía don Alfredo
milongas que meten miedo…
pero no puedo. Cualquiera
sabe que buena madera
no sale de cualquier palo;
para milonga soy malo,
no lo puedo remediar.
Y ni hablemos de cantar:
donde otro siembra yo talo.

A duras penas escribo
alguna décima pobre
sin que le falte o le sobre
-cuenten y pasen recibo-.
A gatas y con estribo
el potro puedo domar.
Como podría cantar
Milongas de don Alfredo,
si yo cuento con los dedos
él lograba enamorar.

viernes, 19 de agosto de 2011

poetas malditos

poetas malditos beben en bares
su furia de ajenjo y canela. putas
baratas les roban sus gemas brutas,
sus dulces penas, sus obras impares.

frágiles, cínicos, locos sin fin,
ácratas, pálidos, besan el mal.
sueñan tener un destino fatal,
incendian las flores de su jardín.

caminan descalzos por la tormenta,
sin amo ni rey ni redentor: pobres
poetas parias, no valen un cobre

sus sueños de trapo. pagan la cuenta
del bar sus amigos, pagan sus gritos
al cielo, pobres poetas malditos.

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miércoles, 17 de agosto de 2011

Defiende

Defiende del mundo la poesía.
Defiéndela del círculo pagano,
del sumo sacerdote, de las manos
manchadas del ladrón y el policía.

Defiéndela contra toda certeza,
no dejes que te impongan verdades.
mastica cuidadoso sus bondades.
Defiéndela también de tu cabeza.

Defiéndela de tropos y de rimas,
de formas perfectas y cuadradas,
de sueños románticos de las hadas.

Defiende tu canción de tu estima:
no seas de tus obras proxeneta.
defiéndela siempre de los poetas.

martes, 16 de agosto de 2011

Ausencias


Aquel tipo grandote
con manos de martillo
que se adentraban mágicamente en
mecanismos minúsculos
como relojes
computadoras
cerraduras
la imaginación de un hijo

aquellos amigos en playas interminables
fatigando plantas enrojecidas de arena
tras goles discutidos
-sigo sosteniendo que fue de la
chancleta para afuera-

aquellos amores
eternos como mariposas
lejanos como el diario de ayer

aquel gurí
pasmado ante el duende rosado y dulce
que lo miraba con solidario asombro fraternal
con ojos que te juro eran violetas

aquellos humos
sólidos como el rencor de un preso
siguen habitando mi memoria
tan permanentes
como su ausencia



martes, 9 de agosto de 2011

Cordero de Dios

Mi viejo tenía un talento raro. Degollaba corderos y lechones como nadie. Claro, ese no era su único talento, ni el más celebrado por la familia, considerando además que era una familia muy urbana y que mi viejo jamás vivió en el campo. Cómo adquirió ese talento (ya verán por qué me empeño en llamarlo así) no lo sé. Su trabajo era crear matrices en una metalúrgica, lo menos rural que a uno se le puede ocurrir. Asociado a su labor, desarrolló otro talento, este sí celebrado y admirado por todos: hacía maravillas con lo que fuera metálico. Si no hubiera sido obrero, lo habrían llamado artista, sin dudas. Recuerdo un tintero que me regaló, directamente de sus manos: era un nido y la tapa un hermoso pájaro de bronce. A mí me gustaba más que el Entrevero, sólo le faltaba cantar.

Volviendo al talento raro del principio, era muy útil en las fiestas. Claro que hablo de un tiempo ido, donde era cosa común que a la gente le vendieran o regalaran lechones y corderos vivos. En esos días se apreciaba como muy oportuno que alguien supiera matarlos y carnearlos, condición previa para poder asarlos y comerlos. Ahora cuesta creerlo, pero esas costillitas que uno compra empaquetadas y con precio en un supermercado, unos días u horas antes pastaban o se revolcaban. Mi viejo entonces era llamado a carnear bichos, como él decía, en fiestas familiares, o de vecinos o compañeros de trabajo. Gracias a estos convites la familia siempre comía bien en las fiestas, no pasaba una Navidad o Año Nuevo que no hubiera en la heladera una buena reserva de carne, aún en los años más duros.
Parte del talento de mi viejo consistía en lograr que el bicho sufriera lo menos posible, o que al menos no chillara demasiado, lo que en el caso de los lechones es todo un logro. Esto lo supimos más por mentas que por conocimiento directo, ya que casi nunca nos permitió acompañarlo. Hasta aquella Navidad, o en realidad, hasta aquel 23 de diciembre. Un compañero de trabajo le pidió ayuda a mi viejo, porque le habían regalado y quería asarlo, pero no se animba a sacrificarlo. Así dijo, sacrificarlo. Ya de entrada la palabrita no le gustó a papá. Lo hacía sentir verdugo. Creo que por eso, para limpiarse, para sentirse de nuevo hombre de bien y padre, me llamó la tardecita anterior.

—Hijo (la cosa venía seria para que me dijera hijo), ahora ya sos un hombre, vas a cumplir quince años y tenés que conocer más de la vida.

Yo lo primero que pensé es que me iba a llevar a un quilombo. Casi todos los gurises del barrio pasaban por eso en la adolescencia, era un tema recurrente cuando alguno venía haciéndose el Steve McQuenn porque había debutado con la Rosario o la Porteña, las divas del Farolito. Se me hizo un avispero en el estómago.

—Por eso vas a venir conmigo a carnear mañana. El avispero se me hizo un temporal. A la pipeta. Era mucho más de lo que yo esperaba. No pude cenar esa noche, es decir, no pude terminar el segundo plato, que en casa era casi lo mismo. Y se ve que mi madre ya sabía, porque no me dijo nada cuando me levanté de la mesa. Cuando mi hermana me quiso imitar la paró en seco.

—¿Adónde va?

Que mi vieja no te tuteara era grave. No hacía falta más nada, la rebelión se cortó enseguida y la petisa tuvo que tomar un plato extra de sopa.

La noche no terminaba cuando vino papá a despertarme. Desayunamos en silencio y mi viejo, sin preguntarme si quería, me volcó una buena cantidad de café negrísimo en la jarra que yo había limpiado de leche.

—Si sos hombre para una cosa sos hombre para todo.

Me dijo. Se me iluminó la cara, pero debió leérmela muy bien, porque me dijo enseguida:

—Para casi todo. Ni te creas que vas a fumar. No mientras estés en casa.

El viaje era largo, pero no hubo más comentarios al tema. Cuando llegamos a la casa me pareció muy linda, muy cuidada. El jardín me hizo acordar al nuestro, pero tenía demasiados enanos. En el porche nos esperaba el compañero de mi viejo, tomando mate. Si no se paraba a recibirnos, hubiera pensado que era un enano de jardín más. Era un tipo simpático, pero ese día estaba muy nervioso, notoriamente incómodo, le contó a papá que adentro estaban la mamá y la hermana, con las que convivía (era soltero, pero no tan mayor como para que eso fuera motivo de comentarios en la fábrica). A mí no me llamó mucho la atención, pero al viejo pareció no gustarle mucho.

Sacó del bolso un facón largo, con su vaina, se lo cruzó en el cinto, a la espalda y le dijo al tipo que quería ver al animal. Fuimos hasta el fondo y ahí estaba el cordero, ajeno a todo, pastando, atado con una cuerdita al parante del galpón. A mí se me vino a la mente el destino del pobre bicho y se me helaron las tripas, pero al viejo lo noté como resignado, como si lo llevara la
decisión de hacer lo que otros no se animaban pero era necesario. No disfrutaba la situación, era evidente. Supe en ese momento que haría lo posible para evitar al animal todo dolor inútil. No era mentira lo que contaban.

Estábamos en eso cuando de adentro de la casa salió una mujer joven, supuse que la hermana del dueño de casa (no sé por qué lo imagino así, dueño), que nos invitó a entrar. Quedamos azorados, no estaba en los planes. Mi viejo guardó el facón en el bolso y entró, yo lo seguí. No mucho, porque apenas asomó se frenó de golpe y lo peché sin querer. No era para menos, el espectáculo que había en la cocina era estremecedor. Había una especie de altar, con un dibujo muy popular de Cristo con el pecho abierto y un corazón refulgente en el medio. Varias velas encendidas debajo y enfrente al altar improvisado, las dos mujeres enlutadas como para una misa de difunto (creo que lo noté recién ahí, no me había llamado la atención afuera). La madre nos invitó a acompañarlas a orar “por el cordero de Dios”. Mi viejo se volvió sin contestarle y encaró a su compañero que esperaba afuera mirando las hormigas, como un gurí sorprendido en plena artería. Creí que mi viejo explotaba, por las dudas y antes que se diera cuenta me apoderé del bolso. Pero no, se limitó a señalarlo con el dedo, aunque yo prefería mil veces un fusil a ese dedo.

—Más nunca me pidas nada —le soltó y yo pensé que el pobre tipo se largaba a llorar, pero se contuvo.

Volvíamos en silencio, aunque al pasar el ómnibus las paradas mi viejo iba aflojando; casi me pareció que reía cuando me dijo, como buscando una compensación que yo no había solicitado:

—El domingo te llevo al Estadio, Nacional juega un amistoso.

Nos llegó la invitación para pasar Nochebuena en casa de unos tíos, como ya era tradición, pero mis padres rechazaron con mucha diplomacia la oferta, con la excusa de que papá andaba mal del estómago y no queríamos que se tentara a tomar o comer algo que no le hiciera bien. No era del todo excusa, pero nunca había impedido que fuéramos. Aún así, había muy buena relación, por lo que no hicieron falta mayores explicaciones.

Esa Navidad pasamos bien, sólo nosotros, y por primera vez en muchas Nochebuenas cenamos ravioles de verdura, amasados por mamá. Riquísimos.

lunes, 18 de julio de 2011

Callos

Estamos demasiado limpios para ser. Secos,
los ojos sólo ven ecos que la luz disfraza
de reales. Ilusos, confundimos coraza
con piel, corazón con razón, hombres con muñecos.

Llenamos con formas de humo los tristes huecos
del alma. Corremos con locura a la caza
de las promesas de la veleidad. Dura maza
nos golpea. Sólo quedan nuestros sueños chuecos.

Si no hundimos nuestras manos, solas, en la tierra,
para levantarlas libres, callosas, futuras:
anunciadoras manos de nacientes alturas.

No podremos saber la paz sin saber la guerra,
debemos cargar nuestras miradas de ternura
y tirar al cielo nuestra fe y nuestra cultura.

(registrado en Safe Creative, cód: 1107189703292)

miércoles, 13 de julio de 2011

trenes


a veces el viaje pide trenes
no aviones sobre rieles, sólo trenes
que trasladen nuestro barco y nuestro mar
por polisémicas estaciones
por estaciones fantasmas
como pueblos fachadas de un western ya filmado
y estaciones vivas con su barrio homónimo
estaciones cíclicas como el sol que fabricamos
y hermosas como el bastón brotado
de un niño recién anciano

lunes, 11 de julio de 2011

Esto no tiene nombre


Me gusta el cine. Una linda salida al cine, por supuesto, incluye pop y cena. A veces, cuando la película termina tarde y uno vive en la otra punta de la ciudad (en Montevideo para mucha gente los cines siempre están en la otra punta de la ciudad), la cena se adelanta o se deja para después, ya que volver a casa después de la medianoche, dado el adelantado transporte de pasajeros (adelantado porque pasa antes, cuando uno llega a la parada ya pasó) no deja muchas opciones de vuelta. En eso estábamos el otro día cuando compartíamos la parada con unas ochenta personas que salían del Shopping de Punta Carretas (salida transitoria, que le dicen) y esperábamos cualquier cosa que nos sacara de ahí y nos dejara más cerca de casa. Algunos kilómetros más cerca. Cuando llegó el primer ómnibus había confusión y desconcierto, porque el ómnibus llegaba sin letrero a la vista, sólo se distinguía de qué compañía era, lo que reducía las opciones. De todas formas, los primeros en llegar a la puerta preguntaron y la voz se corrió. 17 a Casabó. El chofer le repitió el número y destino a uno de cada tres que subían, dando muestras de una paciencia respetable. Incluso se tomó el trabajo de explicar que el letrero no andaba, no sé por qué problema eléctrico del tablero. Con mi esposa entendimos enseguida que el muchacho podría no haber salido, y prefirió hacerlo en esas condiciones que dejar a mucha gente en la calle. Dos paradas más tarde, al repetir sistemáticamente el chofer, como una letanía, diecisieteacasabó, eletreronoanda, problemaléctrico, los que ya habíamos casi llenado el ómnibus en su primer parada, de los cuales la mayoría eran muchachos jóvenes que salían del cine o de trabajar en el shopping, ya compartíamos el hecho como algo risible, lo que se transmitía al chofer- cobrador, que lo tomaba con buen humor. Lo verdaderamente gracioso del viaje se produjo sobre la avenida Gonzalo Ramírez, cuando a pocos metros de la salida de un baile subió una rubia visiblemente pasada de copas, con ese toque alegre y distraído de cuando la noche se puso buena. Lo siguiente parece de comedia griega:
(rubia, en la parada, sin subir al ómnibus): ¿Este cuál es?
(chofer): Diecisieteacasabó.
(rubia): Ah, ¿me deja en Agraciada y Capurro?
(chofer): Sí, te dejo.
(rubia, aun sin subir): Pero no tiene nombre...
(chofer): Es que tengo un problema eléctrico, no anda el letrero. Pero es el diecisiete, subí.
(varios pasajeros): Dale, rubia, subí, es el diecisiete.
(la rubia sube): ¿Pero me dejás en Agraciada y Capurro?
(chofer, dando mayores muestras aún de paciencia): Sí, corazón, te dejo ahí. ¿Te doy un boleto común?
(Los pasajeros ya conteniendo la risa. Algunos le hablan a la rubia): Dale, mija, es el diecisiete, te deja bien.
Dale, mi amor, subí.
(rubia, pagando el boleto): ¿Pero esto no es una joda, no? (Los pasajeros estallan de risa, todos se miran entre sí, la broma parece la rubia) Esto parece una excursión.
(los pasajeros): No, flaca, es el 17.
Negro el 17.
Es sí, una excursión, termina en casa, ¿querés venir?
(mi esposa): A ver, mija, ¿usted no tomó leche, verdad? Esto es el ómnibus diecisiete, te deja en la esquina que vos bajás, pagá y nos vamos.
(la rubia, que paga, como seis paradas después de haber subido). Mmm, a ver, no sé si es una excursión... (hace un gesto abarcativo del ómnibus) La mitad se conoce, pero esta mitad no se rie tanto, no se conocen. Es un ómnibus...
Los pasajeros, después de que la rubia sigue por el pasillo al fondo, cuando llegan a su parada van bajando. Algunos le dicen al chofer, antes de bajar: “¡cuidame la rubia!”. Otros, que bajan en barra, se quejan entre sí: “Pa, bo, ¿tenemos que bajar? Yo quería seguir con la rubia."
Entre tanto, el chofer sigue parando en cada parada que ve gente, se arrima, abre la puerta y dice su canto: diecisietecasabó. Algunos suben, otros están esperando otra línea y no entienden mucho qué pasa en ese ómnibus. Cuando nos bajamos, una parada antes que la rubia, felicitamos al conductor por su aguante y por haber salido igual -él mismo nos dijo que la empresa lo autorizaba a no salir- para no dejar a la gente en la calle a esa hora. Me guardo lo que más me gustó esa noche, cuando todavía por el centro al subir una pareja, la chica dijo: “no tiene nombre”, refiriéndose al maldito tablero. Alguien le contestó, desde el fondo y a los gritos: “Se llama Juan”.