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martes, 20 de febrero de 2018

Negrura

Hay días en que sorprendo
la negrura de mi alma
como si asomara a un pozo séptico
escondido bajo un baptisterio.

Hay días que desearía sentir dolor
en ese muñón que guarda mi pecho.

Un asesino se ha matado y sólo siento
empatía por sus víctimas,
un alivio podrido.
-la empatía que no hace nada es estéril,
la santa indignación del televidente
que no se acerca a abrazar,
sólo se enfurece mirando la pantalla
limpia de sangre-
Un asesino ha cocinado su karma maldito
y yo veo en el espejo dos brasas apagadas
que miran sin piedad,
sin compasión.

¿Importa ahora que declare
que el asesino en cuestión tenía
galones dorados?
¿O quizá nació en la pobreza
y escondido en ella justificaba
su sino terrible?
Un asesino es un asesino,
alguien que salpica a la manada
que lo vio crecer
sin decir nada
hasta que nada importó ya.
Hasta que respiró aliviada
cuando supo de su muerte.

lunes, 19 de febrero de 2018

Autoayuda


El tipo enfrenta su computadora
con la displicencia
del favorecido.
Escribe
cuatro sentencias livianas,
obvias,
que en una lectura ligera
podrían ser tomadas
como sabiduría
-sofista posmo
que vende sus peripatético discurso
patético sin pathos,
falsa simpatía con sonrisa plástica
como una credit card
de la troupe ateniense-
El tipo se salva a sí mismo
de la hipoteca,
de la cuota de alimentación de su tercera esposa.
Escribe
como si vendiera tiempos compartidos
-y a lo mejor hace eso-.

Mientras cenamos
mi esposa ve un perro sediento,
lastimado,
perdido.
No podemos llevarlo a ningún lado,
entonces pide agua a la muchacha del trailer
y acerca al perro un vaso de plástico
-otro plástico, sin el valor comercial de la tarjeta de crédito-
El perro bebe y no necesita agradecer.

Cuando volvemos caminando a casa,
pienso en los viejos sofistas,
tahúres del discurso.
Pienso en los libros sacados como pan
que no alimenta.
Y pienso en el perro que ya no puede
siquiera agradecer un gesto.