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lunes, 18 de julio de 2011

Callos

Estamos demasiado limpios para ser. Secos,
los ojos sólo ven ecos que la luz disfraza
de reales. Ilusos, confundimos coraza
con piel, corazón con razón, hombres con muñecos.

Llenamos con formas de humo los tristes huecos
del alma. Corremos con locura a la caza
de las promesas de la veleidad. Dura maza
nos golpea. Sólo quedan nuestros sueños chuecos.

Si no hundimos nuestras manos, solas, en la tierra,
para levantarlas libres, callosas, futuras:
anunciadoras manos de nacientes alturas.

No podremos saber la paz sin saber la guerra,
debemos cargar nuestras miradas de ternura
y tirar al cielo nuestra fe y nuestra cultura.

(registrado en Safe Creative, cód: 1107189703292)

miércoles, 13 de julio de 2011

trenes


a veces el viaje pide trenes
no aviones sobre rieles, sólo trenes
que trasladen nuestro barco y nuestro mar
por polisémicas estaciones
por estaciones fantasmas
como pueblos fachadas de un western ya filmado
y estaciones vivas con su barrio homónimo
estaciones cíclicas como el sol que fabricamos
y hermosas como el bastón brotado
de un niño recién anciano

lunes, 11 de julio de 2011

Esto no tiene nombre


Me gusta el cine. Una linda salida al cine, por supuesto, incluye pop y cena. A veces, cuando la película termina tarde y uno vive en la otra punta de la ciudad (en Montevideo para mucha gente los cines siempre están en la otra punta de la ciudad), la cena se adelanta o se deja para después, ya que volver a casa después de la medianoche, dado el adelantado transporte de pasajeros (adelantado porque pasa antes, cuando uno llega a la parada ya pasó) no deja muchas opciones de vuelta. En eso estábamos el otro día cuando compartíamos la parada con unas ochenta personas que salían del Shopping de Punta Carretas (salida transitoria, que le dicen) y esperábamos cualquier cosa que nos sacara de ahí y nos dejara más cerca de casa. Algunos kilómetros más cerca. Cuando llegó el primer ómnibus había confusión y desconcierto, porque el ómnibus llegaba sin letrero a la vista, sólo se distinguía de qué compañía era, lo que reducía las opciones. De todas formas, los primeros en llegar a la puerta preguntaron y la voz se corrió. 17 a Casabó. El chofer le repitió el número y destino a uno de cada tres que subían, dando muestras de una paciencia respetable. Incluso se tomó el trabajo de explicar que el letrero no andaba, no sé por qué problema eléctrico del tablero. Con mi esposa entendimos enseguida que el muchacho podría no haber salido, y prefirió hacerlo en esas condiciones que dejar a mucha gente en la calle. Dos paradas más tarde, al repetir sistemáticamente el chofer, como una letanía, diecisieteacasabó, eletreronoanda, problemaléctrico, los que ya habíamos casi llenado el ómnibus en su primer parada, de los cuales la mayoría eran muchachos jóvenes que salían del cine o de trabajar en el shopping, ya compartíamos el hecho como algo risible, lo que se transmitía al chofer- cobrador, que lo tomaba con buen humor. Lo verdaderamente gracioso del viaje se produjo sobre la avenida Gonzalo Ramírez, cuando a pocos metros de la salida de un baile subió una rubia visiblemente pasada de copas, con ese toque alegre y distraído de cuando la noche se puso buena. Lo siguiente parece de comedia griega:
(rubia, en la parada, sin subir al ómnibus): ¿Este cuál es?
(chofer): Diecisieteacasabó.
(rubia): Ah, ¿me deja en Agraciada y Capurro?
(chofer): Sí, te dejo.
(rubia, aun sin subir): Pero no tiene nombre...
(chofer): Es que tengo un problema eléctrico, no anda el letrero. Pero es el diecisiete, subí.
(varios pasajeros): Dale, rubia, subí, es el diecisiete.
(la rubia sube): ¿Pero me dejás en Agraciada y Capurro?
(chofer, dando mayores muestras aún de paciencia): Sí, corazón, te dejo ahí. ¿Te doy un boleto común?
(Los pasajeros ya conteniendo la risa. Algunos le hablan a la rubia): Dale, mija, es el diecisiete, te deja bien.
Dale, mi amor, subí.
(rubia, pagando el boleto): ¿Pero esto no es una joda, no? (Los pasajeros estallan de risa, todos se miran entre sí, la broma parece la rubia) Esto parece una excursión.
(los pasajeros): No, flaca, es el 17.
Negro el 17.
Es sí, una excursión, termina en casa, ¿querés venir?
(mi esposa): A ver, mija, ¿usted no tomó leche, verdad? Esto es el ómnibus diecisiete, te deja en la esquina que vos bajás, pagá y nos vamos.
(la rubia, que paga, como seis paradas después de haber subido). Mmm, a ver, no sé si es una excursión... (hace un gesto abarcativo del ómnibus) La mitad se conoce, pero esta mitad no se rie tanto, no se conocen. Es un ómnibus...
Los pasajeros, después de que la rubia sigue por el pasillo al fondo, cuando llegan a su parada van bajando. Algunos le dicen al chofer, antes de bajar: “¡cuidame la rubia!”. Otros, que bajan en barra, se quejan entre sí: “Pa, bo, ¿tenemos que bajar? Yo quería seguir con la rubia."
Entre tanto, el chofer sigue parando en cada parada que ve gente, se arrima, abre la puerta y dice su canto: diecisietecasabó. Algunos suben, otros están esperando otra línea y no entienden mucho qué pasa en ese ómnibus. Cuando nos bajamos, una parada antes que la rubia, felicitamos al conductor por su aguante y por haber salido igual -él mismo nos dijo que la empresa lo autorizaba a no salir- para no dejar a la gente en la calle a esa hora. Me guardo lo que más me gustó esa noche, cuando todavía por el centro al subir una pareja, la chica dijo: “no tiene nombre”, refiriéndose al maldito tablero. Alguien le contestó, desde el fondo y a los gritos: “Se llama Juan”.

miércoles, 6 de julio de 2011

Honestidad brutal

Primera aclaración: esto no es un cuento. No tiene nada de ficción. Es más, no tiene nada de literario, ni siquiera la pretensión. Esto es algo que sirve para un lado de introducción al blog (introducción molesta, como todo prólogo) y a la vez puede considerarse un ejercicio catártico. Otro, ya que toda literatura en mayor o menor medida lo es, sólo que esto que nadie está leyendo, como todo lo de este blog, es manifiestamente catártico, no se esconde.
Abrí este blog por la misma razón por la que dos por tres me da por tomar papel y lápiz y escribir: necesito escribir. Es una adicción que por suerte no deja mayores secuelas que una inflamación del ego, pero que se cura enseguida si uno lee a un escritor de verdad sin vendas en los ojos. Por supuesto que existen sitios en internet donde escritores noveles (linda palabra, novel. No confundir con Nobel, la diferencia entre las dos es de años y prestigio) publican sus obras. Pero por diversas razones me gustó esta de armar un blog, que se parece menos a una botella al mar que a una pedrada en el medio del océano. Es decir, su fin es molestar, pero lo más probable es que pase desapercibida.
Ahora bien, expuestas algunas de las razones, lo que es lo mismo que decir que escondidas otras que serán supuestas por supuestos lectores, viene la parte catártica del artículo desarticulado: Detesto la honestidad brutal. No me gusta esa honestidad ofensiva, que procura el daño disfrazado de consejo. Esto no tiene nada que ver con las críticas, que si son bien hechas, así sean malas o buenas son herramientas de construcción, pero si son mal hechas, buenas o malas son zalamerías o grititos histéricos, pero en definitiva son aire que va y no se respira.
Me refiero por honestidad brutal a aquellos supuestos consejos que con el pretexto de ayudar lastiman sin ningún beneficio a sus receptores. Me refiero a esas naderías como "Te quedó horrible", "Lo que pasa es que no te toman en serio porque te faltan dientes/ tenés mal aliento/ sos desaliñado/ no te teñís el pelo/ (llenar a gusto)", "vos gastás mucho, por eso no te da la plata", dichas siempre por personas a las que les da lo mismo que su aseveración, más allá de ser acertada o no, caigan en el otro como una patada a la autoestima.
Hace unos años se pasaba por la televisión uruguaya un spot publicitario en el que una señora advertía que su marido "siempre decía la verdad". Inmediatamente se lo ve al hombre en cuestión diciéndole cosas a la gente como "feíta la criatura" (por un bebé), "te quedó espantoso, amor" (al probar la comida de su esposa), "creció la vecinita" (siendo la vecinita en cuestión un despelote de mujer y dirigiéndose a su esposa). Ese spot no se pasa más por la televisión, pero sí en el cine, y he comprobado que es un clásico del humor nacional. Al menos así se recibe. Causa mucha gracia entre el público escuchar una y otra vez las mismas cosas. El chiste, es cómo el tipo puede ser tan ¿honesto? La palabra que está en boca de muchos es simplemente hijo de puta. Y eso es celebrado. Claro, porque es un spot y el receptor de esas frases es otro.
La pregunta, que quedará seguramente sin contestar al no tener destinatario cierto, es, ¿nos bancamos realmente esa honestidad? Al parecer sí, porque es un valor apreciado la "frontalidad". "Lo que pasa es que yo soy frontal" es un justificativo ante cualquier disparate dicho sin reflexionar. O aparentemente sin reflexión previa. Tomo partido abiertamente en contra de dicha postura. Detesto esa honestidad brutal, esa frontalidad contradictoria que mintiendo frente nos da la espalda. Si hay honestidad, que sea real, que sea piadosa. En el viejo sentido bíblico de la palabra piedad: amor.

martes, 5 de julio de 2011

Sectario

Nosotros no somos sectarios. Y cuando digo nosotros me refiero al sector democrático del ala libertaria de la fracción liberal marxista pero no leninista del Partido (¿cómo qué partido? ¡El Partido!), en fin, a nosotros dos. El resto sí, es un poco sectario. Bueno, a veces el compañero secretario político del sector democrático últimamente tiene posturas bastante sectarias. Pero yo no. Capaz que porque dentro del sector yo represento aun y por un tiempo más a la juventud del partido. Mis hijos están en otro sector, sufren todavía del mal de la izquierda, el infantilismo. Es comprensible, a sus treinta y cinco y veintiséis años respectivamente. Igual, lo nuestro es un lujo. Hay que ver cómo se pelea la derecha. Su problema es el caudillismo. Nosotros estamos a salvo de eso. A nuestro líder no se le nota todavía el parkinson, tenemos candidato seguro para el 2030. ¿Que faltan todavía veinte años? Apenas tendrá noventa y poco, un pibe. Hay que ver que el compañero presidente del partido recién va por su vigésimo cuarta legislatura y tiene cuerda para rato. La cuerda es para que no se pierda cuando va de la cámara al despacho.

Nos preocupa un poco que la derecha se ponga a robarnos la derecha de nuestro electorado. Claro que es su clientela política natural, pero desgraciadamente, también votan. Ahora, en su afán electoral, se sacan fotos como reaccionarios como Vargas Llosa y Charlton Heston los está asesorando en materia de seguridad. O sea, un fascismo autogestionario. Alguno de nuestros senadores tuvo antes la idea, pero no le dimos bola. Pero nuestra dirigencia da el ejemplo en el Partido y nuestros comités aprendieron: todos tienen ahora rejas y alarma.

Donde tenemos que profundizar es en el alcance del plan Ceibal. Ayer mi nieto me preguntó, abue (ya no me dice compañero abuelo, somos más informales) ¿qué es una equisó? Me di cuenta que hay que extender el plan a la enseñanza privada. Le dije que algo parecido a tu netbook, pero para gurises pobres. Tenés razón, me dijo el abuelo de un compañerito de Liberito, que es de derecha pero bien, ingeniero, como yo. “Ayer Lautarito me preguntó qué es un lápiz”. Los dos tuvimos antes un problema similar, tuvimos que explicar a nuestros nietos qué era un pobre. En particular tuve que explicar a Liberito que el abuelo de Lautaro (¡qué nombre! Pobre niño) está equivocado: no hay que matar a los pobres, con esconderlos alcanza. ¿Y cómo se hace, abue?, preguntó el chiquilín. El tío, que es economista, le aclaró: para eso están las estadísticas, Líber.

Economista. Tampoco es tan grave que no siguiera la carrera del padre, madre, hermano y abuelo. Peor fue lo que le pasó a don Leandro, el abuelo de Lautaro, que el hijo le salió filósofo. Filoso no, filósofo. Licenciado. Igual, le administra el campo de Flores. El departamento, no es florista el viejo, es ganadero. Siempre tiene que explicar que es ingeniero y ganadero, que no tiene un ingenio de vacas. Salió bueno después de todo el pibe, parece que aplica la dialéctica hegeliana a la cría del Hereford. Hablamos con don Leandro que los filósofos y los economistas tienen en común que explican por qué fracasaron las ideas de los demás, de manera que nadie les entienda nada. No es como nosotros los ingenieros, que hablamos de manera que nos entienden todos. Todos los ingenieros. Ayer fui a la ferretería y aunque me expresé claramente al pedir un artefacto conductor multifibilar cúprico de blindaje aislante, tuve que usar la expresión cable para que me entendieran. Me pasa lo mismo en la obra. Cuando voy a explicar qué necesito siempre tengo que llevar traductor. También se le dice capataz. Lo que me cuesta entender es cómo no podemos entendernos, valga la paradoja, cuando vamos a negociar con el sindicato. ¡Si somos compañeros de partido! Además, las obras son públicas, son por el bien de todos, ¡no entiendo su necesidad permanente de ganar más! Incluso el dirigente del sindicato me sacó en cara mi cuatro por cuatro comprada el mes pasado. Pero ¡Caramba! ¡Para qué me sacrifiqué cinco años estudiando si no es para vivir mejor!

El problema es la sectarización, que cada quién busca lo suyo. Por eso quedamos solos. ¡Somos los únicos que buscamos el bien de todos!

copyright: Marcelo Sosa Guridi


Los patriotas tampoco tienen sentido del humor

-Bueno, te cuento yo -dijo la mujer, todavía joven, risueña y desenvuelta, a la muchacha que tenía enfrente. Eran casi iguales, de la misma edad, las dos rubias y con esa manera de vestirse propia de la generación que se llamó a sí misma equis, en aquellos años de Montevideo- ¿te acordás cuando se hacían bailes en cuanto club había? Aquella vez fuimos con unos amigos al Liverpool. Mucha cerveza, mucho rocanrol, algo de más... -miró fugazmente sobre su hombro, como esperando una reprimenda, pero no la encontró, sonrió con complicidad a su interlocutora y prosiguió- Estábamos embolados: ¡había que hacer algo!
-¿Y qué hicieron? -preguntó la otra mujer, presintiendo que llegaba la parte interesante del relato. Estaban sentadas en un sofá de tres cuerpos, cada una ocupando un extremo del sofá.
-Una apuesta. Mi hermana, la muy maldita, me apostó que no era capaz de besar a Artigas.
-¿Cómo?
-Había un busto de Artigas, de bronce. Una de las tantas réplicas que hay por todos lados. Yo redoblé la apuesta, le dije que no tenía problemas, pero que antes le iba a pintar los labios. La que ganaba le tenía que arreglar el cuarto a la otra durante un mes.
-¿Y? ¿Qué hiciste, Mecha? -preguntó la que no se llamaba Mercedes, acomodándose sobre el sofá, todavía sentada sobre su pierna izquierda, pero irguiendo el torso y la cabeza, ya sin ninguna duda interesada en el relato, que tomaba un giro iconoclasta.
-Le pinté los labios y lo besé. Me sorprendió, recibí besos más fríos -se escuchó una tos de la cocina. La risa de las dos mujeres resonó por todo el living, y Mecha se preocupó de aclarar, hablando en voz alta hacia la procedencia de esa tos- Claro que eso fue antes... después recibí besos más cálidos -dijo entre risitas.
-¿Y no pasó nada?
-Claro que pasó, y acá viene lo bueno. Se acercó un pibe como de mi edad, no tenía mucha pinta de estar en el baile, era más bien como trasplantado. Me pidió que me apartara del monumento. Le pregunté, riéndome: “¿vos sos patriota?”. “No, policía”, me dijo, y sacó una billeterita con una placa. “Por favor, sepárese del busto”, repitió, y me dio mucha gracia, con lo borracha que estaba, la idea de separarme de mis tetas. Me reí muchísimo -la idea seguramente le siguió haciendo gracia, y a su amiga también, porque rieron bastante-, pero parece que al policía no, porque me dijo “Queda detenida por vilipendio a monumento público, las manos a la espalda”. Se nos cortó la risa de golpe. Yo casi me pongo a llorar, mi hermana quedó dudando entre patear al policía y tener un ataque de histeria, y cuando estábamos a punto de largar el moco, el muy podrido me dice: “Bueno, no te pongas así. Limpiá el busto y salí. En la portería te van a dar un trapito y alcohol, decí que vas de parte mía. Por favor usá el alcohol para limpiar al prócer, no te lo tomes”. Y cuando el tipo se estaba yendo, conteniéndose la carcajada, hacia dos clones (eran tres igualitos, los guachos) tan milicos como él, no sé por qué le dije: “Perdoname, fui una tarada, ¿cómo te puedo agradecer esto?” Le estaba firmando un cheque en blanco. “Dame tu teléfono”, dijo el tipo.
-¿Y entonces? -preguntó la amiga de Mecha, ya comiéndose las uñas.
-Entonces la llamé dos días después, pero no me cobré el cheque, apenas la invité a salir, y con el tiempo, a casarse conmigo -dijo un hombre que entraba al living trayendo en una bandeja tres tazas de té y un platillo con bizcochos. Era un hombre alto, de pelo corto, negro y prolijo. Se notaba que había demorado más de la cuenta a propósito, para escuchar la historia de afuera, el té se había enfriado un poco, aunque todavía estaba bebible. -Me gustó eso de trasplantado, nunca me habías comparado con una planta.
-Te das cuenta, Andrea – dijo Mercedes –, los patriotas tampoco tienen sentido del humor, pero no te amenazan con llevarte en cana. Igual, me quedo con mi policía, botón y todo. El jura que desde que me conoció no arresta muchachas en el Liverpool. Eso sí, mi hermana cumplió la apuesta y terminó saliendo con uno de los amigos-clones de Walter. Pero eso que te lo cuente ella.

copyright: Marcelo Sosa Guridi.