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domingo, 13 de septiembre de 2015

Responsabilidad y respeto


Entre las cosas que admiro de Japón (que no todo es admirable, pero hay que reconocer lo que sí lo es), es el papel que cumple el maestro en la sociedad. Me refiero a maestro en un sentido amplio, el sensei. Hay dos características sobresalientes en la relación que tienen los japoneses con su sensei: responsabilidad y respeto. Y es de doble vía, aunque no sean los extremos iguales son equivalentes. El respeto que se siente por un sensei (a veces llegando a la veneración) es correspondido por una responsabilidad del mismo ante la magnitud de su tarea, que implica enseñar contenidos pero también desde el ejemplo, brindar lo mejor de sí desde la dedicación hasta la actitud. Y si el sensei muestra respeto por su discípulo, también despierta en él responsabilidad en la atención y las tareas encomendadas, que son gran parte de la enseñanza que recibirá de su maestro.
Hace tiempo que me pregunto qué pasa en nuestro país con ese respeto y esa responsabilidad. Sobran diagnósticos y se escuchan recetas, a veces mágicas, desde el poder y la academia (ni hablar de las que se escuchan en todos lados desde la nostalgia por una edad dorada casi mitológica de la Suiza de América que pocos conocieron realmente, y menos aún en su totalidad de privilegiados y excluidos). Lo que tienen en común es ver qué es lo que tiene que hacer el otro, excusándose la mayoría, sobre todo la sociedad civil, de su propia tarea. De su responsabilidad.

Cuando pensamos en los maestros, y acá pienso en un sentido más restringido, ya que no somos Japón y no podemos extrapolar una estructura social que no es nuestra ni mucho menos tiene nuestra ideología, pensamos en los maestros de los distintos niveles de la educación formal, esto es preescolar, primaria, secundaria (incluyendo la técnico-profesional) y terciaria (incluyendo la universitaria). Lo primero que tenemos que comprender cuando hablamos de maestros -o docentes, para evitar confundirnos con títulos concretos- es que hablamos de profesionales. El salario no es un tema menor, por más que desde el gobierno (todos los gobiernos son iguales en este sentido, acá no hay derecha, izquierda o centro), se compare al docente con un empleo común, con el respeto que merecen todas las tareas y todos los oficios. El salario de un docente hace a su profesionalización, ya que esta requiere de una renovación constante de conocimientos, la participación en congresos, simposios, compra de libros y tiempo para leerlos, y muchas actividades más, tantas que llevaría mucho espacio enumerar. Entonces, partamos de la base que ningunear al docente, desmentir su carácter de profesión universitaria (tanto que todo el sistema político se resiste a que la formación de profesores de primaria y secundaria forme un sistema universitario autónomo), es faltarle el respeto a los docentes de forma colectiva. Y sin respeto el gobierno no puede exigir una responsabilidad que de todas maneras, salvo excepciones –que existen justamente por esa falta de profesionalidad que se promueve desde arriba-, existe en la gran mayoría de los docentes uruguayos.
Entonces pasamos a otro plano, la responsabilidad y el respeto dentro del aula. Este tema da para un artículo aparte dada su complejidad, pero no puede separarse la realidad del aula de la realidad del país y no puede esperarse respeto a los docentes de parte de los alumnos y de sus padres, partiendo que el discurso desde el poder (desde todo el poder, que en este tema forma un bloque granítico: el gobierno, la oposición, las grandes empresas y los monopolizadores de la voz pública que son los grandes medios masivos de comunicación) permanentemente forman opinión denigrando a los docentes y a su tarea, señalándolos como los únicos culpables de una situación escolar que se califica de ruinosa sin analizar a fondo las transformaciones sociales de la cual forma parte, reduciendo su complejidad a un análisis economicista, de empresa, de input-output donde los recursos no se corresponden con los resultados, obviando crisis económicas y sociales, obviando la guerra sorda contra la cultura que se hace desde el poder y obviando sobre todo la masificación de los distintos niveles de enseñanza formal, que se convierten en enormes guarderías, en contenedores sociales cuya función principal hace mucho que dejó de ser la enseñanza de contenidos, ni hablar de la formación de personas, que se ha convertido en una broma macabra, en un eufemismo que provoca escalofríos.
¿Que también los docentes tienen su responsabilidad en esta situación? Claro que sí, tanto colectiva como individualmente. Y también es cierto que falta la autocrítica y la elaboración de propuestas. Pero a despojarse de la hipocresía: hasta que no exista el respeto y la responsabilidad desde el poder y desde la sociedad hacia la educación, no puede pedirse a la parte más debilitada del sistema que solucione de por sí el problema.
Prometo seguir hablando del tema, y espero que si a usted, estimado lector, le despierta inquietud o le provoca rechazo o de alguna manera encuentra puntos de desacuerdo, por favor tome la voz y exprese su reflexión, su juicio sobre el tema (que no opinión, opiniones tienen los necios y los editorialistas rentados de periódicos, mercenarios de la palabra).