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lunes, 25 de mayo de 2015

entre otros fantasmas

Entre otros fantasmas me habita un poeta.
Le llamo versero para que no se la crea
y me mande beber ajenjo
y enamorar doncellas epilépticas
o vampiresas jubiladas
o peor
viceversa
le digo que no me joda
que mi amor no es imposible
que es tan posible
que es.
Pero no hay caso.
Seguirá componiendo sonetos
de dudosa métrica
y versos sueltos
de dudosa poesía.
Tendré que tolerarlo y
tendrán que disculparme.

jueves, 21 de mayo de 2015

Cinco balas

No duerme la poesía
en la lengua de la musa.
Se desliza como intrusa
entre las rejas del día,

se mantiene con porfía
bajo la ruleta rusa
de cinco balas. Confusa,
transmuta como jauría

rabiosa sobre el papel.
Cada verso es una herida,
un beso, un accidente.

Al final queda dormida
como libro en anaquel;
dormida pero presente.


jueves, 14 de mayo de 2015

Katmandú

La nación que duerme en la cima del mundo,
como un gato en los hombros de un gigante,
es ignorada por los plácidos dioses del valle;
pero el paisaje que besa la panza del cielo
a su vez descansa en tectónico conflicto.

¡Ay de su despertar!
¡Ay de nuestra locura!
Qué fácil es ignorar
la muerte de las alturas.

El vientre de la montaña
escupe un monstruo sagrado,
sus manos pueden romper
palacios y hasta el santuario
donde dejamos yacer
los sueños más delicados.

¡Ay de su despertar!
¡Ay de nuestra locura!
Qué fácil es ignorar
la muerte de las alturas.




Boys don't cry

I try to laugh about it
Hiding the tears in my eyes
Because boys don't cry
Boys don't cry
The Cure.


Mi viejo jamás me dijo que los hombres no lloran,
nunca hubiera dicho semejante burrada.
Él me enseñó a llorar para adentro,
a bancármela callado y levantarme.
Me enseñó a doblar el lomo por la casa
y no agachar la cabeza ante nadie.
Aprendí a ser hombre sin palabras,
viendo partir sus manos por el pan de la familia.
Los rituales tienen sentido cuando dicen
como el puño rebelde que se alza
y jamás se baja hacia los suyos.
Mi viejo rara vez hablaba orgullo
lo decía con los ojos y con las manos.
Imagino ese verdor encendido
todavía hoy vivo en su sangre.

Mi madre es de esa gente que no alza la voz
pero dice tan fuerte como mil enciclopedias.
Está siempre, en todos lados.
No recuerdo una parada difícil sin ella.
Me enseñó respeto hacia todos
empezando por mí mismo.
Lee mis poemas como si fueran joyas literarias
y me hace sentir el mayor de los poetas.
Es fácil escribir su cercanía,
su mano mágica en la cocina
su honor, su libertad.
Somos lo que somos por mi madre:
aprendimos a arremangarnos con ella,
a ser solidarios hasta las últimas,
a confiar en el otro hasta la vida.
Jamás me dijo que los hombres no lloran,
nunca hubiera dicho semejante burrada.

El amor es ver lo que mis viejos hicieron con nosotros.
Es jamás haberse sentido pobre aún en la más puta miseria.

Es mucho más que días rojos en el calendario.
Por eso el aparente retraso de este poema.


miércoles, 13 de mayo de 2015

Por qué soy hincha de Wanderers

La respuesta fácil es la pasión. También es cierta, pero se queda muy corta. Uno se hace hincha de un cuadro por afinidad emocional con cosas que te vinculan: porque es del barrio, porque los padres lo llevaban de chiquito, porque de ese cuadro era tal tío que te traía camisetas. De cumplirse todo eso tendría que ser de Nacional, club por el que siento muchísimo cariño. Pero no.
Soy un hijo de la dictadura, nací seis años antes que se diera el inevitable, doloroso, esperado y traidor golpe de estado del setenta y tres. Eso te marca, por supuesto, de muchísimas formas; en mi caso fue con exilio de toda la familia. Me crié lejos del barrio, no recuerdo si mis viejos llegaron a llevarme alguna vez a la cancha, aunque dicen que sí. Así que lo afectivo con el fútbol criollo no me ligaba a ningún club en particular, pero de chiquito la celeste de Uruguay era una marca de identidad a la que me aferraba como a un salvavidas; ver jugar a la Celeste en el mundial juvenil de Japón, por ejemplo, fue una experiencia de orgullo, de tener algo que era mío ante el bulling (acoso que no tenía nombre) en un país que a veces te hacía sentir extranjero, incluso a los once años.
Cuando retornamos al país empecé a ver fútbol con camisetas locales. Y de nuevo hubo algo afectivo pero extraño que me salvó. Era un desexiliado, era un extraño en mi ciudad, de alguna manera me quería integrar pero necesitaba a la vez diferenciarme. Ser hincha de un cuadro, para muchos intelectuales, es casi renunciar al costado racional que tenemos, es entregarse a la barbarie (si uno sólo tiene noticias de los aspectos morbosos de las hinchadas, esto tiene sentido). Entonces, ¿cómo es que uno puede elegir ser hincha de un club? Creo que en mi caso fue así. Creo, digo, porque no estoy del todo seguro si yo elegí a Wanderers o Wanderers me eligió a mí (la segunda parte de la proposición me da demasiada importancia y admito que suena muy raro, pero esperen).
Uno empieza a mirar fútbol y de a poco se va haciendo una imagen del espíritu de un cuadro. Luchador, elegante, rebelde, ganador, prepotente, masivo. Hay muchas cosas que te dice una camiseta que uno puede ver si mira con atención; y a veces uno las incorpora en esas zonas de difícil acceso pero que te mueven. Wanderers para mí fue la intimidad, la identidad, el coraje, la rebeldía. Era fácil seguir en la tradición de cuadro grande: el cuadro grande no pide nada de uno. Pero ir a ver jugar un cuadro chico me pedía lo que yo necesitaba. Lo que necesito.
Hace muchos años que soy hincha de Wanderers, tantos que todo lo que acabo de escribir lo tengo en un cajón de la memoria. Tuve que revolver mucho para poder poner en palabras mucho de lo escrito más arriba. Y cuando voy a la cancha esas cosas parecen tan obvias que es casi un despropósito decirlas. Me siento bien viendo a Wanderers. Me siento bohemio desde la cuna y sufro como loco y es un lindo sufrimiento. Voy, miro, respeto y ahí es donde tiene sentido cuando decía, ¿se acuerda?, de eso que el bohemio me eligió a mí. Porque el hincha de Wanderers es así. Respeta, alienta, se identifica a muerte con esos colores. No importan los campeonatos, que los tiene y es hermoso ganarlos. Importa la identidad. Importa el respeto a los jugadores -el que le grita algo ofensivo a los jugadores que visten la blanca y negra a rayas no es de Wanderers, no merece llamarse bohemio-, importa sentarse ahí en el Viera y cagarse de frío en pleno invierno a tres metros de la cancha y disfrutar con una moña del Chapa, con un cabezazo del Chifle, con un conejo de la galera del Mago Santos o gritar un gol de campeonato abrazados con el Max13 alambrado de por medio.
Porque los hinchas de Wanderers somos así. Bohemios, alentadores, a veces pesimistas, a veces optimistas hasta el absurdo. Somos parte de ese club tan raro, tan porfiado que nació a contramano del mundo, trotamundos, locos lindos. Tenía razón el gringo: somos unos wanderers.