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miércoles, 26 de octubre de 2011

Cimarrón (cuento o anticipo de novela)

Miguel estaba entusiasmado ese día. No era para menos. Para cualquier gurí del campo, la primera cacería era un rito iniciático incomparable, difícil de explicar a los pueblerinos. Pero además para Miguel, huérfano desde los tres años y criado por tíos cazadores profesionales en pleno campo, era un salto tremendo. Para los que son futboleros, era como pasar de cebollitas a la primera del Barça en dos días.
Apenas llegaron al campo, percibió tensión en los perros. Desde chico podía comunicarse con ellos con mirarlos apenas; luego confirmó que eso era un don familiar, ningún Hernández de ese lado de Rocha necesitaba abrir la boca para dar una orden a sus perros. La tensión se debía, supo después, a las palabras del dueño del campo.
Pasaban cosas raras, y lo que en principio se anunció como jabalíes en el campo de don Benítez se volvió poco explicable: vacas muertas desangradas, ovejas abiertas al medio, un caballo degollado, entre otros destrozos no atribuíbles a los jabalíes.
Don Faustino Hernández, abuelo de Miguel y patriarca de la familia, convenció al estanciero de no llamar todavía a la policía ni contar historias por el pueblo. Lo resolverían ellos.
Esa noche cargaron las escopetas con unas balas extrañas, que Miguel jamás había visto. Se separaron en grupos de a dos, y el muchacho quedó con su abuelo. Cada grupo llevaba seis perros y barría el terreno a unos cien metros de los demás. “Cuidado a lo que tiran”, ordenó Don Faustino a sus hijos, en una recomendación que a Miguel le sonó extraña.
A poco de comenzar la cacería, se sintieron los ladridos de los cimarrones: habían dado con el rastro de la presa. De pronto una sombra se cruzó enfrente del viejo y el muchacho, y aunque Faustino llegó a disparar y dar en el blanco, Miguel sintió un golpe que lo empujó varios metros más allá. Cuando logró incorporarse, notó su pecho herido, aunque casi no sentía dolor. Su abuelo yacía a unos metros con una herida muy fea en la garganta, aunque parecía querer incorporarse, algo impensable si uno comparaba el esfuerzo con la herida. Pero cuando vio a los perros salió de sí. Varios estaban muertos, desgarrados, deshechos. Otros renqueaban, lastimosos. Supo que temían a ese bicho como a nada habían temido jamás.
Entonces todo se puso rojo. Olió y empezó a correr, como nunca lo había hecho. Atravesó en minutos campos y cañadas, hasta que lo encontró. El bicho frenó su huída. Era humano, o eso parecía. La piel blanquísima brilló a la luna y los ojos amarillos se clavaron en los de Miguel, el pecho luciendo la flor carmesí de un balazo. Pero el extraño frenó su ataque y Miguel percibió al mismo tiempo el miedo del otro y un dolor nuevo, extraño. Sintió sus brazos alargarse y hacerse duros, sus uñas filosas como cuchillos, el pecho hincharse hasta romper la camisa y una sed nueva en su boca. Duró unos segundos, y se supo lobo. Atacó sin piedad a ese extraño, cuyo
miedo sintió transformándose en terror. En un lugar de sí sintió una mirada casi ajena, que confundía cazador y presa, bicho y hombre. El ser de ojos amarillos intentó defenderse, morderlo, pero era inútil. Miguel saltó sobre él aplastándolo con su peso, con unas fauces desconocidas mordió el cuello blanco y lo cortó, descabezó a ese hombre o bicho y aulló salvajemente.
Cuando lo encontraron, los perros saludaron a su igual. Era una jauría sola, donde resaltaban enormes lobos entre varios perros cimarrones.
Su abuelo lo acarició entre las orejas, con una zarpa casi humana, su cuello había parado de sangrar pero prometía una cicatriz eterna.
—Felicidades, muchacho —dijo el viejo—, mataste tu primera presa. ¡Y nada menos que un vampiro!

sábado, 22 de octubre de 2011

Estado de gracia

Veo caer tus brazos
como lámparas cansadas
es duro trepar las horas
cargando esa sonrisa
tan oportuna para vender futuro

Te dejás ir
sabiendo que al otro día otro día
pero ahora no pensás
y buscás tu estado de gracia
tu agradable mentira.

lunes, 17 de octubre de 2011

El censista sensible

El censista censaba vecinos sociables, solitarios, simpáticos, ceñudos, sarcásticos o sardónicos. Visitaba casas preciosas, simples, señoriales o sencillas. Saludaba, se presentaba con su casaca descolorida y anunciaba su función de censista. El señor o la señora de la casa a veces lo hacía pasar, a veces le contestaba en la acera. No hacía diferencia, salvo que molestaba el sol, ciertamente encegecedor.
No es fácil responder a un sujeto que dice ser del Censo, cosas que no son secretas pero son sólo nuestras, entonces él cazaba sonrisas con sutiles y acertadas frases que hacían soltarse a los censados, propensos a cerrarse a las inquicisiones. Esquivaba cuestiones que encienden pasiones, situaciones tensas, demostraba bastante soltura en eso.
Pasó a ser una sombra más de la zona. Los vecinos saludaban a su paso a ese ser silvestre: el censista sensible.

sábado, 15 de octubre de 2011

Hola.

Hola.
Esto no es impersonal, no le estoy hablando al viento, ni escribo mensajes en la arena que pronto borrará el mar, ni meto un mensaje en una botella para hipotéticos lectores allende mares. Aunque tiene algo de todo eso, este es un hola para ustedes que están leyendo. Porque aunque somos poquitos (me incluyo como lector porque a algunos de ustedes, los que conozco y sé que escriben, los leo también), es reconfortante saber que uno escribe y otro lee, y que existe ese diálogo, o ese intento de diálogo raro que es un blog.
Tenía ganas de decirles hola, ¿cómo andás?, y me gustaría muchísimo un muy bien, ¿y tú/vos? Por eso me decidí a escribir esto, y hacerlo en crudo, como va saliendo va a ser publicado (a lo mejor corrijo una coma mal puesta, si me doy cuenta, pero no más). Me encantaría saber entre otras cosas como esta yerba cayó por sus monitores, si les parece bueno o compartible, o discutible (aunque no tengamos ganas de discutir, no busco discutir con nadie por más que sé perfectamente que los demás no tienen por qué compartir algo tan personal y dudoso como una opinión) o mejorable eso que leen por acá. No es necesaria un comentario en la entrada, pero el que quiera hacerlo es bienvenido. Si alguien me quiere mandar un mensaje, también.
Sucede que de vez en cuando veo que alguien entró de lugares que yo ni sospechaba que podían entrar acá, y hoy decidí hacerles público este desconcierto, este hermoso desconcierto que me halaga (aunque por suerte mi esposa me baja a tierra diciéndome no te creas Benedetti) y me compromete a decir bien.
Les mando un abrazo grande.
Nos leemos.

la ceremonia

la ceremonia se inicia
con una canción de cuerpos mojados
ceremonia
de amantes circunstanciales
bendecidos por la lluvia
y la falta de dioses
ceremonia
sin mayor eternidad
que la huella del abrazo
en el barro
seco

sábado, 8 de octubre de 2011

semáforos

como gritos en el cruce de semáforos
entre brillos ciegos de mariposas retiradas
se pierden tus señales en un bosque de voces

entonces busco pétalos
heridas
cortezas
cualquier huella
una sombra de tu paso
algo que me devuelva tu perfume
la tibieza de aquel sol
tan nuestro

martes, 4 de octubre de 2011

Mago

in memoriam Ruben D'Alba

ese tipo chiquito
es un mago disfrazado
eleva finamente del polvo nuestra risa
trae papeles en los bolsillos
llenos de conjuros
y nos roba los caparazones
así cualquiera.