Golpeo puertas con
faz de enemigo,
golpeo e imploro
como si fueran las barbas del portero de Dios.
Las puertas se abren
para mostrar otras puertas,
blancas, limpias,
lisas, perfectas.
Reciben sin odio mis
nudillos sangrantes.
Mis golpes dibujan
gritos rojos en las puertas blancas,
son mandalas
desesperados,
cartas para nadie
con trazos ilegibles.
Cuando ya no tengo
manos golpeo con los pies,
las rodillas, los
muñones de mi alma en bancarrota,
abro en mi frente
llamadas ausentes.
Despierto y te veo
curando mis llagas
-si existe la gracia
se esconde en tu rostro-,
tus ojos con agua de
lluvias primeras
me dicen sin voces
que todo ha pasado.
Las puertas sin
goznes yacen a un lado,
ya nada me impide
seguir mi camino,
entonces mis manos
te lloran y cruzo
el umbral de los
sueños que fueron vedados.
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