Hay momentos en que
nada
puede calmarme.
Siento el impulso de
salir a correr
como si un lobo
hambriento
mordiera mis tripas.
En esos segundos no
pueden calmar mi sed
todas las botellas
del mundo.
Sólo sé que estoy
desnudo sin tus brazos,
que todo es ruido
salvo tu voz
y que estás lejos.
La gente que me
quiere me demanda calma.
Como si la tuviera
almacenada en la piel,
como si pudiera dar
algo además de gritos y lágrimas secas.
El instante pasa y
mis ojos
ya no arden.
El dolor se retira,
no muy lejos.
Agazapado espera
su ocasión.
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