He procurado mi alimento
en la combustión de páginas clásicas.
Bebí cenizas como despojos,
mis ojos se llenaron de humo,
mis pulmones de llamas,
mi alma de un tizne que no puede
lavar el agua del mundo.
El calor cocía mi pan
sobre lo que fue un día un disco de
arado.
Todo volvía sobre sí,
el disco que abrió la tierra a la
semilla
que bebió agua, creció trigo, se
ofreció al molino
para ser harina, luego pan.
Harina, sal de lágrimas o de océanos
derrotados
y agua de ríos generosos, mis manos
que leyeron,
amasaron y ahora ven formarse el pan
en el ardiente disco
-sol de hierro en el suelo-.
Sólo papeles para quemar,
no libros, no,
papeles que me dieron fugazmente
oportunidad de aprender.
Papeles que ahora me dicen calor,
fuego necesario,
fuego que besa y cuece,
que se consume en instantes voraces,
que me lee y me pide
“no sea mi alquimia en vano”.