y
así,
ciega,
se inicia
una serie fatal,
infinita, áurea, presente
en cada momento y donde posemos la mirada.
b.
a
ser
cifra,
a ser otro;
vengo a ser otro
que vive en mí, espejo de mí.
Vengo a ser el hombre que siempre debo ser.
Escrito en el corazón de una estrella
yace tu nombre secreto.
Habré de entonarlo
con la voz prestada
de un ángel azul,
como una llave del cofre
donde duerme tu alma.
Habré de llamarte
por tu nombre auténtico,
el que te hace temblar
como hoja en abril;
sólo así mirarás mis ojos
como un niño que ve
el mar por vez primera.
Escrito en un cielo de acero
está el mañana que nos falta beber,
habremos de caminarlo mientras susurras
a mi oído el nombre secreto
que reclama mi alma
que duerme en el cofre que guardan
tus manos.
Enfrento el espejo
de mi alma.
Temo sus ojos
apagados como océanos lunares.
Entono el mantra
como un instrumento
pródigo en silencios.
Miro mis ojos desde el espejo,
sólo tienen la certeza
de su incertidumbre.
No hay nada que temer, me digo.
El tiempo parpadea.
El espejo busca su fondo
como un océano lunar
el agua.
Habré de partir
y será la única ley que estoy seguro
de cumplir.
Cuando lo haga,
sin apuro,
dejaré en herencia
un puñado de versos
y algunas deudas.
Mi nombre será olvidado
-es decir, oficialmente-
en la oficina
y los jóvenes de la familia
lo conocerán
sin entusiasmo.
Los amigos tomarán
las cervezas postergadas
a mi recuerdo endulzado
por su bella memoria.
Habré de partir
y será tal vez lo más notable
que haya hecho.
No merecerá el evento,
sin embargo,
mayor prensa
que la necrológica de rigor,
y si ven a un desconocido,
pregúntenle: seguro llegó por error.
Habré de partir,
aunque aún
no se me haya informado
la hora exacta.
Sólo espero me de el tiempo
de elegir
una elegía,
algo que recuerde mi próximo envase
cuando se choque con el karma
de versos, besos
y deudas fiscales.
Me plagio, me copio.
Espío mis letras inconsciente y
miserable
mente.
Me asqueo, me doy bronca,
me insulto,
me
odio.
Cavo una fosa
y escribo mi nombre
en una piedra cualquiera.
Me dejo caer
y hundo mi rostro
en todos los poemas que no escribí.
Ocupa mi garganta un grito
que jamás he proferido.
Huyo.
Me persiguen
los deseos reprimidos,
la sombra del pibe que fui
del hombre que jamás seré.
Busco mi voz
en las voces que dejé morir.
Me plagio. Me copio.