Cubos de cuatro
centímetros de arista
elaboran matemáticas
opiniones acerca de la creación.
Se espantan ante
caóticas frases,
cuentan cada sílaba,
la pesan en balanzas de feria.
Miden el golpe del
acento como si el verso fuera
una marcha militar.
Y decretan que tal
roca es un poema,
que tal pluma es una
prosa
desdibujada.
Consideran que
debemos hacer
versos a medida,
ritmos calcados
de viejos textos,
temas heredados
con helénicas
formas. Conocer
lo que nos es dado.
Dicen saber
de la poesía más
que los hados;
dicen que ya
estábamos inventados,
que nuestra voz no
puede trascender.
Viejos cubos de
Rubik con corbata
dictan sobre
lustrados escritorios
las leyes que
dominan, según ellos,
la creación. Su
prédica arrebata
libertad. Nos
encierra en territorios
de oficina, colgados
como sellos.
Pero la poesía
tiene muchas caras
y no todas son
musicales y rítmicas.
La belleza es una
forma de decir en alta voz,
y un motivo en sí
mismo.
Lo importante acá
es la palabra.
Es la palabra
saliendo de mi tu boca,
llegando a tu mi
oído.
Es el garabato en el papel que grita amor escrito.
Desde luego que acá,
lo que menos importa,
es la opinión de un
cubo de colores.
Por más académica
y de número
que luzca su
corbata.