Hermanos griegos, atenienses,
insulares,
hijos del mar y la montaña,
¡tanto nos han dado!
¡Tanto les debemos!
Ni Dios ni dioses ahora visitan esas
costas de piedra
de dónde salieron barcos, historia,
lengua.
Ya no está Athina vigilante sobre la
ciudad de Pericles.
Ya no encuentra su casa Odiseo, perdido
entre burócratas alemanes.
Eran preferibles las sirenas a los
cantos del bajo dios Mercado.
Lloran en mí mis amigos Konstantinos,
Cornelius;
nietos de Homero, de Aristóteles.
Las balas turcas que barrieron el
monumento a Athina Pártenos,
no se comparan a la indiferencia de la
gran Europa.
Hermanos,
quisiera bailar con ustedes
celebrar la vida en una playa con
bellas muchachas y jóvenes hombres del mar.
Hoy sólo puedo partir mi lira
por esta Hélade que hoy muerde el
fascismo y el odio,
viejos lobos conocidos.
Convoco a los viejos y nuevos dioses
a defender su tierra, hermanos,
nuestra cuna.
nuestra cuna.