La policía de la
poesía controla
el ingreso de los
artesanos en la casa
El consagrado, con
aire grave, posa y pasa.
En su templo
ruinoso, la musa baila sola.
Los escribas
escriben la crónica que viola
verdades rotas. Su
reloj a veces atrasa
-señala las horas
cuando la vida fracasa,
los escribas ignoran
su brillante aureola-.
Los poetas sin
nombre festejan extramuros,
bailan, beben,
componen versos, vuelos y besos.
Los pálidos
escribas y los guardias del arte
miran la fiesta
nuestra con sus lentes oscuros;
no saben cómo se
vive, se ama hasta los huesos,
no hacen cultura,
sólo saben hacer su parte.
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