La vereda me azota,
siento las baldosas
como varas en los talones,
y el viento se mete
en mi camisa
como una lengua
impúdica.
Los faros de los
autos ensucian la noche
con una luz líquida,
tibia,
falsa como sonrisa
de publicidad.
Hay estrellas como
gatos
durmiendo en los
contenedores de basura.
Hay ángeles que me
miran
con imperiosa
demanda de silencio,
sólo yo puedo
verlos y desconozco la razón
de semejante
privilegio.
A pocos metros,
sobre las vías
que cruzan la
avenida,
el recuerdo de un
tren atropella la sombra
de un transeúnte
que prosigue sin entender,
aunque se instaló
para siempre en sus ojos
una llama de
infinita soledad.
Abro la boca y
reclamo
una bocanada de
cordura;
faltan pocos metros
para llegar a mi hogar,
ya puedo refugiarme
entre las cálidas paredes
y abrazar a mi
esposa, jugar con mi perro.
En mis zapatos
arrastro una mancha de luz lechosa,
y guardo en mi
retina un grito de árboles.
Faltan pocos metros.
Faltan.
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