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jueves, 1 de diciembre de 2016

Avenida

La vereda me azota,
siento las baldosas como varas en los talones,
y el viento se mete en mi camisa
como una lengua impúdica.
Los faros de los autos ensucian la noche
con una luz líquida, tibia,
falsa como sonrisa de publicidad.

Hay estrellas como gatos
durmiendo en los contenedores de basura.
Hay ángeles que me miran
con imperiosa demanda de silencio,
sólo yo puedo verlos y desconozco la razón
de semejante privilegio.

A pocos metros, sobre las vías
que cruzan la avenida,
el recuerdo de un tren atropella la sombra
de un transeúnte que prosigue sin entender,
aunque se instaló para siempre en sus ojos
una llama de infinita soledad.

Abro la boca y reclamo
una bocanada de cordura;
faltan pocos metros para llegar a mi hogar,
ya puedo refugiarme entre las cálidas paredes
y abrazar a mi esposa, jugar con mi perro.
En mis zapatos arrastro una mancha de luz lechosa,
y guardo en mi retina un grito de árboles.
Faltan pocos metros.
Faltan.

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