A veces la bomba de
sangre es bomba de tiempo.
Ruge y se queja como
un artefacto obsoleto
del siglo de las
máquinas
atrapado sin querer
en el siglo virtual.
El médico escucha
sus rítmicos pasos
y me pregunta si
fumo.
Nunca me preguntan
si amo,
si me siento
culpable de vivir sin hambre,
si he dejado pasar
otra vez la libertad a toda carrera,
si me duelen las
veces que no besé a mis muertos.
No, el tipo me
pregunta si fumo,
concentrando en un
cilindro de veneno
la maldad del mundo
y la angustia del
cielo,
como si no le
bastara la muerte que lleva
brasas adentro.
El reloj arcaico
duele y no me sorprende.
Los aparatos
modernos no encuentran la falla:
funciona perfecto,
me dicen.
pero no le
preguntaron si está cansado
de trabajar a
destajo para este estafador.
En sus rojas
cavidades esconde un secreto:
no es el único
obsoleto en este siglo de fantasmas.
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