Naufrago entre
utopías de cristal.
Mientras busco la
palabra perfecta
un hombre busca el
sustento en una
volqueta de basura.
No puedo dejar de
sentirme culpable,
aunque otro
enriquezca la pobreza
del tipo que gasta
baldosas a ver si en la próxima hay algo.
La ética y la
estética juegan una pulseada
en un mostrador de
estaño manchado de sangre de cordero.
Las utopías
naufragan en los cristales de mis lentes
y mis versos se
alargan en prosas
que mi estética
destetada insiste en cortar, cor
tar.
Un tipo se sube al
ómnibus.
Tiene ropas viejas y
rotas y ofrece libretitas.
No tengo monedas
para darle,
o sí tengo, pero sé
que me queda poco crédito
y tendré que
caminar más.
Los cristales se
empañan en el frío de mi vergüenza.
Ahora,
calentito, cenado,
sabiendo
que no soy un hombre rico,
aliviado
de mi probada inocencia,
escribo
un poema metafísico de formas clásicas
-que
suene como debussy, me dicta
el
fantasma de las culturas pasadas.
Entre
el conteo de sílabas métricas y el acento en la sexta,
me
persigue la cara del hombre en la volqueta,
que
también es la cara del hombre en las libretas.
Sospecho
que es la cara del Hombre.
El
cristal se licúa y en él
naufraga
el mundo.
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