Flota en el aire
un hedor a perro
muerto.
La primavera trae
flores muertas
y noches frías,
hay días que no la
salvan los jazmines
ni los barriletes.
Mi perro teme a los
truenos,
huye de la comodidad
del sillón
para refugiarse
afuera, en el patio,
dentro de una cucha
que es casi
una casa de
balneario.
A veces también
quiero huir.
Volver a los ocho
años y esconderme
en la casa del árbol
que nunca tuve
(mi casa del árbol
eran árboles
pinos que se caían
y que antes que pasaran a ser leña,
con mis amigos
habitábamos
y reciclábamos en
barcos, edificios, colectivos).
El hedor me espanta.
También me rememora
la niñez,
cuando caminábamos
y descubríamos alguna osamenta
a la vera de la
calle de tierra.
Podría haber sido
un auto,
o los soldados de la
base aérea probando puntería.
Entonces quería
huir, ser adulto, vivir en otro lado.
La primavera siempre
vuelve. No siempre es bella.
Pero siempre es.
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