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sábado, 26 de noviembre de 2016

El buen ciudadano

El buen ciudadano paga sus impuestos,
levanta sus mañanas con el café,
hojea periódicos, hace pronósticos
y se lanza a la calle en un automóvil
que empieza a sentir demasiado pequeño.

El buen ciudadano oye en la radio voces
que le dicen qué pensar, como vestir,
de qué se debe reír. Esas palabras
pronto son suyas, las repite, las cree.

El buen ciudadano justifica su ira,
es sana indignación ante las ofensas
de los demás. La ira del otro es violencia
(el otro es otro), debe ser condenada.
El prójimo es su colega, su vecino.
El otro no es prójimo, es algo lejano.

El buen ciudadano habla a su hijo, le enseña
que debe haber fronteras en todo mapa.
(En el mapa de la ciudad las fronteras
deciden la vida, la verdad, la muerte).

El buen ciudadano levanta la voz
y repite las palabras instaladas
en su cabeza por la prensa. Celebra
entonces las muertes ajenas. Olvida
que todos somos mortales. Luego duerme,
en paz. Sabe que él es un buen ciudadano.

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