El poema
nace del espanto
como una
reacción impostergable.
El pobre
tipo al que los demás llaman poeta
camina como
cualquiera hasta que lo quiebra
un rayo de
maldad, un atisbo de belleza,
una salpicadura
leve de la verdad cruel y pura.
Entonces
necesita escribir
como si
fuera un profesional de la palabra
y apenas
logra balbucir un conjuro triste,
desprovisto
de toda estética y grandeza.
Ese trasto,
ese enmarañado
tejido de frases,
será llamado
poema
por un piadoso
o por un cínico.
En realidad
es un escudo,
maltrecho y
agónico
con el que a
duras penas y por minutos
podrá defenderse
del grito de
la calle horadando su alma
de viejo
culpable.
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