El pueblo es una
bestia de mil cabezas
y un corazón
crucificado.
El pueblo es uno y
millones,
como las arenas de
un desierto
también cabe en el
balde de un niño.
El pueblo duerme
ignorándose,
en su casa los
espejos muestran complacientes
una dulce mentira.
Desconoce su
vocación de sujeto,
y su diversidad, que
es su mayor riqueza.
Los poderosos temen
su despertar
y lo dividen, lo
separan y enfrentan.
Le hacen creer que
ha triunfado,
que no hay nada más
allá
de este presente de
somníferos y máscaras,
de este presente que
esconde matanzas bajo la alfombra
del mar
Mediterráneo.
El pueblo es un
ángel con alas manchadas de petróleo,
un ángel que ha
olvidado volar,
que ha olvidado su
gracia
en una transmisión
televisiva del circo romano.
El pueblo es un
condimento de discursos floreados
que levantan
escaleras a ninguna parte.
Hoy recostaré mi
cabeza en el regazo del pueblo,
como uno más de sus
cachorros
y lloraré mi sueño
perdido,
mi soledad
compartida,
esperando un alba
que no llega,
pero dicen,
está al otro lado
del mañana.
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