Mis zapatos tienen
un kilometraje de taxi viejo,
han perdido brillo y
belleza
como los ojos de un
cínico.
Hace unos días mis
zapatos me subieron a un ómnibus
-no los culpo, es
difícil soportarme-
y al final
descansaron cuando me senté
en los asientos de
triste nombre.
Frente a ellos,
coquetos,
blancos calzados
deportivos
sostenían a una
tenista.
Subió un trabajador
y se paró en la plataforma
sus zapatos de
puntera de acero
tenían manchas de
cal.
Entonces reparé en
el polvo de ladrillo
que coronaba los
championes
de la muchacha.
Somos la
prolongación
de nuestros zapatos,
pensé,
o pensaron mis
zapatos viejos.
Al fin y al cabo,
ya no nos distingo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario