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martes, 5 de julio de 2011

Los patriotas tampoco tienen sentido del humor

-Bueno, te cuento yo -dijo la mujer, todavía joven, risueña y desenvuelta, a la muchacha que tenía enfrente. Eran casi iguales, de la misma edad, las dos rubias y con esa manera de vestirse propia de la generación que se llamó a sí misma equis, en aquellos años de Montevideo- ¿te acordás cuando se hacían bailes en cuanto club había? Aquella vez fuimos con unos amigos al Liverpool. Mucha cerveza, mucho rocanrol, algo de más... -miró fugazmente sobre su hombro, como esperando una reprimenda, pero no la encontró, sonrió con complicidad a su interlocutora y prosiguió- Estábamos embolados: ¡había que hacer algo!
-¿Y qué hicieron? -preguntó la otra mujer, presintiendo que llegaba la parte interesante del relato. Estaban sentadas en un sofá de tres cuerpos, cada una ocupando un extremo del sofá.
-Una apuesta. Mi hermana, la muy maldita, me apostó que no era capaz de besar a Artigas.
-¿Cómo?
-Había un busto de Artigas, de bronce. Una de las tantas réplicas que hay por todos lados. Yo redoblé la apuesta, le dije que no tenía problemas, pero que antes le iba a pintar los labios. La que ganaba le tenía que arreglar el cuarto a la otra durante un mes.
-¿Y? ¿Qué hiciste, Mecha? -preguntó la que no se llamaba Mercedes, acomodándose sobre el sofá, todavía sentada sobre su pierna izquierda, pero irguiendo el torso y la cabeza, ya sin ninguna duda interesada en el relato, que tomaba un giro iconoclasta.
-Le pinté los labios y lo besé. Me sorprendió, recibí besos más fríos -se escuchó una tos de la cocina. La risa de las dos mujeres resonó por todo el living, y Mecha se preocupó de aclarar, hablando en voz alta hacia la procedencia de esa tos- Claro que eso fue antes... después recibí besos más cálidos -dijo entre risitas.
-¿Y no pasó nada?
-Claro que pasó, y acá viene lo bueno. Se acercó un pibe como de mi edad, no tenía mucha pinta de estar en el baile, era más bien como trasplantado. Me pidió que me apartara del monumento. Le pregunté, riéndome: “¿vos sos patriota?”. “No, policía”, me dijo, y sacó una billeterita con una placa. “Por favor, sepárese del busto”, repitió, y me dio mucha gracia, con lo borracha que estaba, la idea de separarme de mis tetas. Me reí muchísimo -la idea seguramente le siguió haciendo gracia, y a su amiga también, porque rieron bastante-, pero parece que al policía no, porque me dijo “Queda detenida por vilipendio a monumento público, las manos a la espalda”. Se nos cortó la risa de golpe. Yo casi me pongo a llorar, mi hermana quedó dudando entre patear al policía y tener un ataque de histeria, y cuando estábamos a punto de largar el moco, el muy podrido me dice: “Bueno, no te pongas así. Limpiá el busto y salí. En la portería te van a dar un trapito y alcohol, decí que vas de parte mía. Por favor usá el alcohol para limpiar al prócer, no te lo tomes”. Y cuando el tipo se estaba yendo, conteniéndose la carcajada, hacia dos clones (eran tres igualitos, los guachos) tan milicos como él, no sé por qué le dije: “Perdoname, fui una tarada, ¿cómo te puedo agradecer esto?” Le estaba firmando un cheque en blanco. “Dame tu teléfono”, dijo el tipo.
-¿Y entonces? -preguntó la amiga de Mecha, ya comiéndose las uñas.
-Entonces la llamé dos días después, pero no me cobré el cheque, apenas la invité a salir, y con el tiempo, a casarse conmigo -dijo un hombre que entraba al living trayendo en una bandeja tres tazas de té y un platillo con bizcochos. Era un hombre alto, de pelo corto, negro y prolijo. Se notaba que había demorado más de la cuenta a propósito, para escuchar la historia de afuera, el té se había enfriado un poco, aunque todavía estaba bebible. -Me gustó eso de trasplantado, nunca me habías comparado con una planta.
-Te das cuenta, Andrea – dijo Mercedes –, los patriotas tampoco tienen sentido del humor, pero no te amenazan con llevarte en cana. Igual, me quedo con mi policía, botón y todo. El jura que desde que me conoció no arresta muchachas en el Liverpool. Eso sí, mi hermana cumplió la apuesta y terminó saliendo con uno de los amigos-clones de Walter. Pero eso que te lo cuente ella.

copyright: Marcelo Sosa Guridi.

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