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lunes, 11 de julio de 2011

Esto no tiene nombre


Me gusta el cine. Una linda salida al cine, por supuesto, incluye pop y cena. A veces, cuando la película termina tarde y uno vive en la otra punta de la ciudad (en Montevideo para mucha gente los cines siempre están en la otra punta de la ciudad), la cena se adelanta o se deja para después, ya que volver a casa después de la medianoche, dado el adelantado transporte de pasajeros (adelantado porque pasa antes, cuando uno llega a la parada ya pasó) no deja muchas opciones de vuelta. En eso estábamos el otro día cuando compartíamos la parada con unas ochenta personas que salían del Shopping de Punta Carretas (salida transitoria, que le dicen) y esperábamos cualquier cosa que nos sacara de ahí y nos dejara más cerca de casa. Algunos kilómetros más cerca. Cuando llegó el primer ómnibus había confusión y desconcierto, porque el ómnibus llegaba sin letrero a la vista, sólo se distinguía de qué compañía era, lo que reducía las opciones. De todas formas, los primeros en llegar a la puerta preguntaron y la voz se corrió. 17 a Casabó. El chofer le repitió el número y destino a uno de cada tres que subían, dando muestras de una paciencia respetable. Incluso se tomó el trabajo de explicar que el letrero no andaba, no sé por qué problema eléctrico del tablero. Con mi esposa entendimos enseguida que el muchacho podría no haber salido, y prefirió hacerlo en esas condiciones que dejar a mucha gente en la calle. Dos paradas más tarde, al repetir sistemáticamente el chofer, como una letanía, diecisieteacasabó, eletreronoanda, problemaléctrico, los que ya habíamos casi llenado el ómnibus en su primer parada, de los cuales la mayoría eran muchachos jóvenes que salían del cine o de trabajar en el shopping, ya compartíamos el hecho como algo risible, lo que se transmitía al chofer- cobrador, que lo tomaba con buen humor. Lo verdaderamente gracioso del viaje se produjo sobre la avenida Gonzalo Ramírez, cuando a pocos metros de la salida de un baile subió una rubia visiblemente pasada de copas, con ese toque alegre y distraído de cuando la noche se puso buena. Lo siguiente parece de comedia griega:
(rubia, en la parada, sin subir al ómnibus): ¿Este cuál es?
(chofer): Diecisieteacasabó.
(rubia): Ah, ¿me deja en Agraciada y Capurro?
(chofer): Sí, te dejo.
(rubia, aun sin subir): Pero no tiene nombre...
(chofer): Es que tengo un problema eléctrico, no anda el letrero. Pero es el diecisiete, subí.
(varios pasajeros): Dale, rubia, subí, es el diecisiete.
(la rubia sube): ¿Pero me dejás en Agraciada y Capurro?
(chofer, dando mayores muestras aún de paciencia): Sí, corazón, te dejo ahí. ¿Te doy un boleto común?
(Los pasajeros ya conteniendo la risa. Algunos le hablan a la rubia): Dale, mija, es el diecisiete, te deja bien.
Dale, mi amor, subí.
(rubia, pagando el boleto): ¿Pero esto no es una joda, no? (Los pasajeros estallan de risa, todos se miran entre sí, la broma parece la rubia) Esto parece una excursión.
(los pasajeros): No, flaca, es el 17.
Negro el 17.
Es sí, una excursión, termina en casa, ¿querés venir?
(mi esposa): A ver, mija, ¿usted no tomó leche, verdad? Esto es el ómnibus diecisiete, te deja en la esquina que vos bajás, pagá y nos vamos.
(la rubia, que paga, como seis paradas después de haber subido). Mmm, a ver, no sé si es una excursión... (hace un gesto abarcativo del ómnibus) La mitad se conoce, pero esta mitad no se rie tanto, no se conocen. Es un ómnibus...
Los pasajeros, después de que la rubia sigue por el pasillo al fondo, cuando llegan a su parada van bajando. Algunos le dicen al chofer, antes de bajar: “¡cuidame la rubia!”. Otros, que bajan en barra, se quejan entre sí: “Pa, bo, ¿tenemos que bajar? Yo quería seguir con la rubia."
Entre tanto, el chofer sigue parando en cada parada que ve gente, se arrima, abre la puerta y dice su canto: diecisietecasabó. Algunos suben, otros están esperando otra línea y no entienden mucho qué pasa en ese ómnibus. Cuando nos bajamos, una parada antes que la rubia, felicitamos al conductor por su aguante y por haber salido igual -él mismo nos dijo que la empresa lo autorizaba a no salir- para no dejar a la gente en la calle a esa hora. Me guardo lo que más me gustó esa noche, cuando todavía por el centro al subir una pareja, la chica dijo: “no tiene nombre”, refiriéndose al maldito tablero. Alguien le contestó, desde el fondo y a los gritos: “Se llama Juan”.

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