El meollo o la
cáscara, decía Berceo.
Y seguimos eligiendo
la cáscara.
De todos los monos,
los más tontos,
los que hablan y
miran para otro lado
cuando una cría
llora.
El soneto se
desangra
endecasílabo y
hermoso,
moribundo y rítmico;
pero el crítico se
calza los lentes de escandir
y pasa olímpicamente
de la belleza
como de una
golondrina
que ya no volverá.
El meollo o la
cáscara, decía Berceo.
Y seguimos
resbalando.
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