Pequeñas luces
parpadean atónitas,
sin comprender que
su mera existencia
vencía sin remedio
la oscuridad que las rodeaba
como una amenaza
caduca.
El ojo las mira
complacido
con su propia
seguridad.
Cree que las crea al
percibirlas.
Pero ellas están
ahí. Flotan dulcemente.
Se multiplican,
explotan.
Por una sutil alquimia
forman vida que no
brilla
pero absorbe luz y
así,
con o sin
taumaturgo,
pero porfiadamente,
justifican y dan
sentido a ese tímido,
portentoso,
estallido inicial.
La vida es un océano
cubierto por amor
y otras estrellas.
La oscuridad,
miserablemente,
muere una
y
otra
vez.
La luz
renace
y
sobrevive
disfrazada de
esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario