La noche me tapa
como un océano sin
orillas
sin superficie.
He llovido mis penas
y la muerte
me vomita mis
pecados y cadenas.
Mi adentro se
afuera, se altera.
Mi alma se ajena, se
pierde.
Salgo a mi tormenta.
Entre la mierda y el
barro
todavía hay flores.
Debo entrar
descalzo,
hundirme en la
pesadilla,
sentir en mis pies
el vapor dulzón,
las espinas jóvenes
de cardos secos.
Hay una ninfa
jubilada escondida en un ombú enano.
Canta una canción
ya caduca
con letra cambiada,
ha perdido el mar de
la mirada,
y creció alas para
morir en este bosque mío.
Hay un carancho que
me mira
con ojos de
violencia en espera.
Me veo en esos ojos
que tuve.
Encuentro la flor y
abro mis pulmones;
limpio la mierda a
gritos,
a susurros,
a oraciones.
Hundo mis manos y
limpio.
Gritan mis dedos el
dolor,
cantan la alegría,
despiertan como
horneros y hacen
del barro nido.
Amanece.
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