La ciudad desprecia sus colores nuevos.
Reniega de las alas que brotan
de semillas traídas de otras tierras,
prefiere bailar al son de danzas hípster
de metrópolis extrañas que no podrían
ubicar en un mapa
la vieja capital de un virreinato en retirada.
La ciudad expulsa a sus hijos rotos
que duermen con la helada sábana del desamparo
cubriendo sus tristes huesos.
La ciudad se carga de ojos malignos
que muerden con rabia.
Como un animal desesperado,
La ciudad que prefiere no ver su espalda de tierra
se azota para matar los parásitos que crea de sí misma
y sólo logra dañar a sus hijos.
La ciudad del sexto monte
se muestra en selfies
Llenas de sol y ramblas;
pero prefiere ignorar
que camina mostrando sus vergüenzas al desnudo.
Sólo ahora entiendo a don Mario,
me dijo un poeta,
cuando se bañó del gris céntrico y ajado
de la ciudad del sexto monte.
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