Asisto impávido
al último acto
de la vida de un cínico.
Explota
en sus ojos alucinados
el terror que provoca
la contemplación de su derrota.
Serpentea
en su lengua
la mordaz ironía final,
el último cigarrillo
de quien jamás ha fumado.
Pero el espectáculo debe esperar.
La urgencia de lo cotidiano,
tan prosaica como este poema,
me llama a continuar la jornada.
El cínico queda atrapado en el espejo
gritando a mi espalda
su soledad y rabia,
su final.
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