Habré de partir
y será la única ley que estoy seguro
de cumplir.
Cuando lo haga,
sin apuro,
dejaré en herencia
un puñado de versos
y algunas deudas.
Mi nombre será olvidado
-es decir, oficialmente-
en la oficina
y los jóvenes de la familia
lo conocerán
sin entusiasmo.
Los amigos tomarán
las cervezas postergadas
a mi recuerdo endulzado
por su bella memoria.
Habré de partir
y será tal vez lo más notable
que haya hecho.
No merecerá el evento,
sin embargo,
mayor prensa
que la necrológica de rigor,
y si ven a un desconocido,
pregúntenle: seguro llegó por error.
Habré de partir,
aunque aún
no se me haya informado
la hora exacta.
Sólo espero me de el tiempo
de elegir
una elegía,
algo que recuerde mi próximo envase
cuando se choque con el karma
de versos, besos
y deudas fiscales.
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