El tipo enfrenta su
computadora
con la displicencia
del favorecido.
Escribe
cuatro sentencias
livianas,
obvias,
que en una lectura
ligera
podrían ser tomadas
como sabiduría
-sofista posmo
que vende sus
peripatético discurso
patético sin
pathos,
falsa simpatía
con sonrisa plástica
como una credit
card
de la troupe
ateniense-
El tipo se salva a
sí mismo
de la hipoteca,
de la cuota de
alimentación de su tercera esposa.
Escribe
como si vendiera
tiempos compartidos
-y a lo mejor hace
eso-.
Mientras cenamos
mi esposa ve un
perro sediento,
lastimado,
perdido.
No podemos llevarlo
a ningún lado,
entonces pide agua a
la muchacha del trailer
y acerca al perro un
vaso de plástico
-otro plástico, sin
el valor comercial de la tarjeta de crédito-
El perro bebe y no
necesita agradecer.
Cuando volvemos
caminando a casa,
pienso en los viejos
sofistas,
tahúres del
discurso.
Pienso en los libros
sacados como pan
que no alimenta.
Y pienso en el perro
que ya no puede
siquiera agradecer
un gesto.
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