El día se inicia
con una claridad que hiere.
Descubro súbitamente
que no hay ángeles sobre mi cabeza,
que la luz traspasa
mi piel apenas modificada,
como si la ensuciara
apenas una niebla.
La gente me mira con
el aire extraviado
de quien recuerda un
rostro sin nombre.
Mis palabras suenan
como el eco de
monedas invisibles
tintineando en un
piso de cerámica.
Me descubro siendo
levemente,
como un huracán que
se descubre suspiro.
Entonces se produce
una revelación segunda,
que le da forma y
sentido
al vacío de mi
alma.
No soy si no doy.
Me cuesta
entenderlo,
demoro siglos.
Luego siento un
tibio aleteo
sobre mi cabeza.
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