Hay días en que
basta
con un tibio sol
para sentir que no
se ha perdido todo.
Algunos días nos
aferramos
a la esperanza de
tener esperanza.
Hay otros días
en los que llueven
adoquines
que ni siquiera nos
matan.
En esos días el sol
es una hoguera
donde se queman los
sueños,
es un témpano que
flota
sobre nuestras
cabezas
como un cadáver
errante.
Hay días en que
estamos muy cansados
para saber cómo
está el día.
Sólo tenemos
una certeza única,
clara;
una certeza sin fe
ni pretensiones.
Lo único que
importa es levantarse
y construir
con paciencia de
artesano
un tibio sol.
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