Duermo bajo un cielo
de inevitables
relojes
que bailan una
sinfonía primordial.
Dios es un
coreógrafo, quizás,
o un relojero, un
matemático poeta.
Me deslizo en el
breve tiempo
y trato de hacerlo
con elegancia,
pero no es mi
elemento y desentono en la canción.
Arriba los relojes
ríen su mecánica metálica.
Inalcanzables como
utopías
ignoran mis pequeños
deseos
o tal vez los
cumplen a su modo
metálico y
perfecto.
Debo reconocerlo:
El Universo no
conspira contra mí;
sólo me ve
transcurrir inadaptado,
como un pato en un
desfile de unicornios.
Sentarme,
contemplar, fluir, luchar.
A lo mejor
comprender y no intentar predecir,
y agradecer cada
maravilla.
El Universo es un
espejo
de la noche interna
que me gobierna.
Se vislumbra,
allá,
el final de la
caída;
o tal vez otro
comienzo, no lo sé.
Volver a empezar,
quizá como unicornio
en un desfile de
patos.
Dios es un
coreógrafo
de imprevisibles
relojes.
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