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lunes, 19 de febrero de 2018

Autoayuda


El tipo enfrenta su computadora
con la displicencia
del favorecido.
Escribe
cuatro sentencias livianas,
obvias,
que en una lectura ligera
podrían ser tomadas
como sabiduría
-sofista posmo
que vende sus peripatético discurso
patético sin pathos,
falsa simpatía con sonrisa plástica
como una credit card
de la troupe ateniense-
El tipo se salva a sí mismo
de la hipoteca,
de la cuota de alimentación de su tercera esposa.
Escribe
como si vendiera tiempos compartidos
-y a lo mejor hace eso-.

Mientras cenamos
mi esposa ve un perro sediento,
lastimado,
perdido.
No podemos llevarlo a ningún lado,
entonces pide agua a la muchacha del trailer
y acerca al perro un vaso de plástico
-otro plástico, sin el valor comercial de la tarjeta de crédito-
El perro bebe y no necesita agradecer.

Cuando volvemos caminando a casa,
pienso en los viejos sofistas,
tahúres del discurso.
Pienso en los libros sacados como pan
que no alimenta.
Y pienso en el perro que ya no puede
siquiera agradecer un gesto.

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