Todo lo que diga
está bajo sospecha.
Mi piel maldecida por la luna,
mis apellidos ibéricos,
mi rostro viejo e incómodo,
todos hablan antes que mi lengua se mueva.
Me anticipan como heraldos malditos.
Ahora que doxa y episteme
valen lo mismo
que la mierda que pisa mi zapato,
da lo mismo dormir el sueño
desvelado del assasin,
que la duermevela ateniense.
Todo lo que diga en esta prosa
que pretende una belleza que no tiene,
vale lo mismo
que un grito.
O quizás,
el grito al menos
diga algo.
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