Ya no me hables del pueblo
como si fuera un dios
que requiere sacerdotes de barricada.
Ya no me hables del pueblo
como si fuera inocente,
como si fueras
su abogado.
El pueblo es un estómago
y miles de bocas que gritan,
y miles de manos que empuñan cuchillos,
como un Babel enorme y filicida.
El pueblo elige al peor de sus hijos
y lo llama líder, pastor, presidente.
El pueblo elige la forma de suicidarse
entre los discursos más idiotas.
No me hables del pueblo
que devora el hígado del que lleva la luz
en sus entrañas.
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