De improviso,
como llegan las sonrisas a los alerces,
o los recuerdos confitados a los escritores franceses,
nos llega
en una epifanía de café y tostadas,
un torrente de imágenes efímeras,
como dulces agujas que nos clavan
en nuestra mortalidad.
Como si el recordatorio hiciera falta.
Recuerdo la broma previsible, tonta, hermosa,
que le hice a mi viejo a sus cincuenta,
“ya tenés medio siglo”
-todo adolescente tiene permiso,
pero yo me pasé de pelotudo-.
Bueno,
ya pasé yo esa barrera, viejo.
Ahora los ángeles oscuros
me pasan la factura en susurros/sueños,
o serán mis sueños enmohecidos, no lo sé.
Sé
que los alerces no ríen a toda hora,
que a veces la vida
ya nos regaló lo que pedimos como niños en enero,
y no lo hemos visto.
Sé
que el dolor es otra cosa
y sólo me ha rozado,
ligeramente,
su sombra.
De improviso,
los ángeles de uniforme sádico
se alejan como llegaron
y me dejan un poco más amargos
el café y las esperanzas.
El amor que habita estas paredes
me sostiene como puntales
a una casa vieja.
Que venga la muerte cuando quiera
tengo un par de cosas
para decirle
si se anima.
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