No puedo ser
el poeta que pide
la canción de la paz y el reencuentro.
No puedo ver
la belleza abstraída del bronce
sin detenerme en el óxido verde.
Soy zoon politikón y triste rapsoda
de cuerdas rotas,
el invitado inoportuno que levanta su copa
y muerde su lengua
contaminando el vino.
Pero los vivos merecen alegría
y sus muertos merecen respeto.
He de brindar y callar
mientras los poetas cantan
la canción del reencuentro.
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