Juego a la culpa
con la pasión morbosa
de un motociclista suicida.
Leo sobre estética medieval
y pienso en Brasil y sus cuarteles;
miro un partido del Barça
y recuerdo que el taxista asesinado
tenía mi edad.
La culpa de mi silla cómoda,
me persigue mintiendo que mi vida es fácil.
La culpa se acomoda tibia,
como una petaca
en el bolsillo cordial de un alcohólico.
La realidad fragmentada de los noticieros
me atormenta con la precisión
de un torturador de la cia.
Escribo en un presente lineal,
aplastante,
simultáneo como piedras de una multitud enfurecida.
El verso final,
optimista,
se niega a salir, acurrucado entre telones.
Solloza por la noticia de una niña violada.
Será cuestión de apurar la realidad
a fondo blanco, blanco
como una página invicta.
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