La bestia que me habita camina por mi
esófago como un vómito con cuchillos. Se trepa a mis orejas y me
grita, me hiende su lengua volcánica hasta ponerme al borde de la
locura. Me impongo, la escupo, la trago una y mil veces, la baño en
café y alcohol hasta que logro callarla. A veces tengo días de
tregua. Le permito guiar mis ojos pero jamás mi voz, mis ideas pero
jamás mis actos. Es un truco destinado al fracaso.
Una vez intenté exorcizarla, pero se
rió de los intentos fallidos del sacerdote. Me explicó que no es
demonio, que es parte de mí, que es como mi reflejo, pero en mi
interior. Es por eso que busqué una forma más efectiva de alejarla.
Ahora veo ese cuerpo desnudo, caído
sobre un costado y aún sosteniendo a medias un revólver humeante y
aunque demoro unos instantes, termino por comprender todo. La bestia
soy nosotros, mi cuerpo era sólo un vehículo. Pero siempre se
podrán encontrar mejores.
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