La muerte, prostituta vieja,
quiere seducirme con olvido,
con la ficción del recuerdo,
con el fin de la angustia.
Me espanta ese vacío,
esa entrepierna de colmillos,
la voz de aguardiente fingiendo
terciopelo,
el maquillaje de murguista en despedida
eterna.
Cada noche me visita;
con perseverancia de labriego
riega mentiras en mi oído,
lengua de hielo sin whisky.
Pero me acompaña la vida en mi alcoba,
en piel tibia, en buenas noches,
en la promesa de un desayuno,
en el viejo dolor de cuarta lumbar.
En la mañana se esfuma,
prostituta en retirada,
para dormir en ruedas desenfrenadas
o cápsulas de plomo, azufre y bronce,
en manos afiladas de niños viejos.
Mientras bebo mi café olvido la
muerte,
como única forma de matarla.
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