Es amargo el pan en la boca cuando el
odio quema las tripas.
No vale la pena, me dicen los
especialistas en mis penas,
pero el odio no escucha consejos de
buena fe.
Así que tragaré mi pan amargo y
dejaré que los labios
se impregnen de la mala verdad.
Quedarán quietas las manos, por ahora,
pero no confundan espera con
resignación,
ustedes, los de sillón dulce, que
treparon allí
escalando cadáveres de compañeros.
A ustedes les llegará la hora que
hiere,
y entonces no valdrán ya las mentiras.
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