Es la hora y todos
salen
sin hacer preguntas
al reloj.
El tipo se acomoda
en la vereda y agradece
el sol de octubre y
la tibieza en sus riñones.
Come sin ganas el
arroz
y se descubre en un
reflejo fugaz
de un resplandor en
su botella.
En ese instante
piensa
en el sinsentido de
la vida;
piensa que piensa
demasiado,
que el descanso no
descansa
y que media hora no
alcanza
ni para sentir
angustia
de estar vivo.
A su lado sus
compañeros se levantan
no hay reflejos ni
sombras
solo la promesa de
la hora
que cierra la
jornada.
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