Cuando los días se repiten
como poetas gastadosy los jardines solo tienen
senderos circulares,
Isabella habla con su abuela
y pregunta por mí.
Temo verla, soy el hombre
de Aqualung.
Mi madre me convence y la niña,
esa maravilla de ocho años,
a cuatrocientos kilómetros y un latido de distancia,
me lee un libro de cuentos.
La subversión es tan obvia
que no admite tropos.
Me cuenta de una hormiga
que perdió su camino
y lo halló hallando amigos.
Luego su madre la llama a comer
y dejo a tres generaciones de mujeres
poniéndose al día.
Esa niña puede tocar el cielo
si le prestan escaleras.
En el jardín se abre un sendero
entre matas que hace un rato
eran muros grises
como portada
de discos viejos.
me lee un libro de cuentos.
La subversión es tan obvia
que no admite tropos.
Me cuenta de una hormiga
que perdió su camino
y lo halló hallando amigos.
Luego su madre la llama a comer
y dejo a tres generaciones de mujeres
poniéndose al día.
Esa niña puede tocar el cielo
si le prestan escaleras.
En el jardín se abre un sendero
entre matas que hace un rato
eran muros grises
como portada
de discos viejos.
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