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martes, 15 de abril de 2014

Heracles

Heracles despertó de su siesta milenaria. Desconoció su tierra, donde ya no son bienvenidos los extranjeros. Quiso encontrar el por qué, y supo que habían matado a los antiguos dioses, que ahora un dios extraño gobernaba sobre todo. Recorrió las tierras bárbaras y halló el mismo culto a ese dios egoísta.
Cuando ya no soportó tanta desidia, tanta indiferencia, tanta impía hibris, comenzó su decimotercer trabajo, aquel que nadie le encargó: buscaría al dios invasor en su templo, lo desafiaría y lo expulsaría de la tierra.
Atravesó la puerta donde cimentó sus columnas, cruzó el Océano, y al llegar a la tierra donde el Invasor tenía su casa, lo buscó. Tuvo que enfrentarse a tres viejas conocidas, guerreras de muchas eras; ellas eran Furia, Brutalidad, e Ignorancia. Pudo vencerlas luego de mucho guerrear: la primera, con serena espera, la segunda con arte; pero a la tercera costó mucho trabajo dominarla, su cuero era aún más duro que el del león de Nemea.
Pero cuando llegó el combate singular, nada pudo hacer el viejo héroe. El dios Mercado lo abatió con facilidad, estaba acostumbrado a derrotar héroes solitarios. Esconde con celo el secreto de su debilidad: lo mata que se dude de su eficacia, de su omnipotencia. Sólo dejando de creer dejará de existir; así de fácil, así de difícil.
Hoy el túmulo del antiguo héroe se alza como advertencia, pero también como profecía. Depende del próximo retador saber leerlo.
(imagen tomada de http://decamino-ginesumbrete.blogspot.com/2012_11_01_archive.html )

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